El Cairo

Mucho ruido y pocas nueces

La Razón
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Estos últimos días, el mundo político español ha producido mucho ruido, aunque resultase reiteración de lo visto y oído en otras ocasiones. Pero los rumores de fondo eran algo distintos. No sé si los atenienses que se manifestaron violentamente antes y aún después de las votaciones de su Parlamento que, en teoría, les ha salvado de una supuesta catástrofe y ha permitido remozar el débil euro periférico (pese a que la moneda tenga el mismo valor en toda la eurozona) podían calificarse de indignados, irritados o sinsistema. Pero algo chirría en aquel país en el encaje entre representantes y representados, como en las plazas de la larga marcha hacia la democracia de El Cairo. Los 15-M o los «indignados» españoles, salvo en el incidente de Barcelona, que no está del todo claro, se han mostrado más pacíficos, aunque cabe recordar aquello de que cuando las barbas de tu vecino veas quemar, pon las tuyas a remojar. Lo que nuestros políticos han repetido ha sido una ceremonia retórica argumental ya conocida. Contra lo que se suponía, Rodríguez Zapatero no se ha resignado a actuar a la defensiva y, aunque cada día que pasa las elecciones resulten más cercanas, el valor del tiempo político es muy distinto de otros tiempos que nos hemos construido y nos consumen. El rescate heleno indigna, porque carece de horizontes. Aquella juventud a la que la Policía persigue por las calles con gases lacrimógenos, humo y porrazos observa que han sido los imprescindibles políticos –una parte sigue en sus escaños- quienes les han empujado a la desesperanza.

La magia de islas que poblaron los dioses mitológicos y que entendimos que formaban parte de nuestro propio pasado occidental desapareció como por ensalmo. Grecia había sido pasto de saqueos de diverso orden, pero fue muralla que nos aislaba de Oriente y, a la vez, su camino. En la antigüedad frenó a los persas, en la época moderna combatió a los turcos. Poco queda de aquellos genes primigenios, salvo que, ahora, sus pobladores son observados por Europa como contagioso peligro. Vivió del turismo, pero su capacidad industrial es más débil que la española. En los debates de estos días salió el tema griego, aunque se pasó sobre él como sobre ascuas. Pero los problemas de fondo son semejantes a todos los países rescatados ya, en trance de rescate o económicamente debiluchos. Asegura nuestra ministra de la cosa que hasta hoy no hemos tenido problemas para financiarnos, aunque los intereses de esta deuda crezcan y amenacen con seguir creciendo. De hecho, el dinero que los griegos recibirán como préstamo de los países amigos habrá de servirles para pagar intereses. Los prestatarios quieren no sólo cobrar, sino realizar buenos negocios. De hecho, todos estamos siendo negocio de otros, incluidos los EE UU. Tienen razón Gobierno y oposición –aunque no sea a partes iguales– al considerar que el paro constituye el problema de este país que, poco a poco, ya va siendo invadido por un turismo que llega a la búsqueda de sol y playas. Sabemos el problema, incluso el propósito de sustituir el ahora decadente ladrillo por otras fórmulas industriales que aporten más valor añadido. Hemos descubierto, sin desmelenarnos, dónde estaba la madre del cordero. Pero lo que nadie sabe por el momento es cómo crecer de nuevo y pagar deudas a la vez.

Incluso el presidente admitió en éste, su último debate, haberse equivocado al inicio de la crisis o casi. Sabemos, pues, de la enfermedad, aunque desconozcamos el adecuado tratamiento. Los economistas no son buenos profetas. A lo más, son capaces de explicar lo sucedido. Y, como los historiadores, cada quien tendrá su opinión y hasta sus partidarios. Podemos intuir el ruido de los políticos y valorar sus dotes retóricas, su retranca o alguna mala idea que se les ocurra en los debates. Pero poco queda más claro tras ellos. Y, aunque se admita que Durán Lleida, próximo al PP, es sensato en sus apreciaciones, la sala del Congreso pierde tensión o entusiasmo y se queda casi vacía cuando toma la palabra. La posibilidad de que Gobierno y oposición lleguen a algunos acuerdos que a los ciudadanos se les antojan esenciales no se entiende viable. Tampoco se trata de la perenne proximidad electoral, sino que el ruido político quiere mostrarse y demostrar a nuestros socios y vecinos la permanencia de las dos Españas. Pocos se atreven a decirlo ni a buscar remedio.