Cataluña
Prohibido prohibir
No sé quién utilizó por primera vez la expresión que da título a esta columna, si fue en Mayo del 68 o antes, pero me adhiero a ella. Las prohibiciones nos tienen rodeados y limitan cada vez más nuestra libertad. Por ejemplo, si nadie lo remedia, y finalmente entra en vigor la medida aprobada ayer en su Parlamento, a partir de 2012 no podré ir a los toros en Cataluña. Tendré que cruzar la frontera francesa y plantarme en alguna de las ciudades del sureste galo, en las que se vive con auténtica pasión este espectáculo, para, a pesar de mi creciente desapego al mismo, poder presenciar un buen natural, un redondo, una verónica, un puyazo en condiciones o un par de banderillas en todo lo alto. No sé muy bien si se trata de una cuestión política, territorial, económica, o simplemente de una pelea entre defensores de los animales y partidarios de las corridas de toros. En el fondo me da igual, porque lo que cuenta es que se ha aprobado esa prohibición. Mientras tanto, creo que una buena parte de los catalanes de a pie están más preocupados por otros asuntos, como el paro, la sanidad o la educación, a los que los políticos no han prestado la atención que se merecen. Ahora toca enfrentarse a nuevas prohibiciones que ya se anuncian, como las que se pretenden establecer sobre algunos productos alimenticios que consumen los niños y jóvenes. También se estrecha el cerco sobre los fumadores, aunque en parte pueda estar de acuerdo, sobre todo en el caso de los puros. Sin embargo, lo que más me preocupa es esta fiebre prohibicionista que nos invade, a la que me sumo: pido que se prohíba prohibir.
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