África

Escritores

Morir de amor

La Razón
La RazónLa Razón

Morirse de amor suena muy romántico, pero a ver quién lo hace. Los que murieron de amor fueron los trapenses de Argelia, siete franceses asesinados en 1996 en la guerra civil contra el integrismo que decidieron quedarse y dar la vida por los argelinos a los que atendían. Inexplicablemente nadie ha recordado a las españolas que tuvieron el mismo destino en 1994, Esther Paniagua y Caridad Álvarez, dos agustinas misioneras asesinadas en Argel por los fundamentalistas y que formaban parte de una comunidad de religiosas españolas que sigue allí. Precisamente fue a raíz de un reportaje sobre estas mártires que conocí el caso de los monjes franceses. En un jardincito del arzobispado de Argel, creo que en los recintos de Nuestra Señora de África, alguien me señaló a un benedictino muy anciano que paseaba entre las flores con un fez de algodón y que sonreía de manera inolvidable. Era el hermano Amedee, que había sido el superviviente de la matanza porque había conseguido agazaparse bajo el catre. Impresionada, compré bibliografía –está traducida al español– y me topé con los escritos del prior Christian y del monje Christophe, que además de santos fueron grandes escritores místicos. En ellos, el primero se dirige mentalmente a su hipotético asesino, lo perdona de antemano, abraza y cita en el cielo «donde estaremos ambos con nuestro Padre común». No he conocido gesto de amor mayor. También las dos españolas murieron perdonando a sus asesinos. No se pierdan bajo ningún concepto la película «De Dioses y de hombres», que se ajusta milimétricamente a los hechos.