España

La juventud del Papa

La Razón
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«¡Ésta es la juventud del Papa!», coreaban, la semana pasada miles de gargantas jóvenes por los caminos de Santiago y en la ciudad de Compostela. Más de doce mil jóvenes procedentes de toda España acudieron peregrinos ante la tumba del Apóstol en este Año Compostelano, preparándose ya para la Jornada Mundial de la Juventud el próximo año en Madrid. Una juventud enteramente de hoy, aunque diferente, llena de alegría, pletórica de una alegría distinta; una juventud nueva venía buscando y proclamando en todos sus gestos. Junto a ellos se respiraba un aire fresco y puro, un gozo de vivir y una esperanza que nada ni nadie puede arrebatar ni empañar. Ha sido como un nuevo Pentecostés. Un acontecimiento de gracia, un grandísimo regalo de Dios.

Portaban la Cruz que preside los encuentros mundiales de la juventud. ¡Cómo quieren al Papa estos jóvenes, y cómo se sienten cercanos a él y a Quien él representa: Jesucristo, su verdadero amigo! Son jóvenes, llenos de juventud, con un corazón enteramente joven; valientes, sin miedos ni complejos, jóvenes llenos de sueños y esperanzas. A veces, cuando se mira a los jóvenes, con los problemas y fragilidades que los caracterizan en la sociedad contemporánea, hay una tendencia al pesimismo. Tal vez se habla demasiado de ellos con una notable desconfianza, como si todo fuese nihilismo y vacío de gente que no espera nada. Sin embargo, más allá de las apariencias, esos miles de jóvenes reunidos en Santiago nos transmiten «el mensaje de una juventud que expresa un deseo profundo, a pesar de posibles ambigüedades, de aquellos valores auténticos que tienen su plenitud Cristo. ¿No es, tal vez, Cristo el secreto de la verdadera libertad y de la alegría profunda del corazón? ¿No es Cristo el amigo supremo y a la vez el educador de toda amistad auténtica? Si a los jóvenes se les presenta a Cristo con su verdadero rostro, ellos lo experimentan como una respuesta convincente y anhelada y son capaces de acoger el mensaje, incluso si es exigente y está marcado por la Cruz» (Juan Pablo II), la Cruz que preside los Encuentros Mundiales de la Juventud, la que llevaban sobre los hombros, la que adoramos, la que es necesario tomar día tras día para seguir a Jesús, la Cruz de la esperanza y del amor. Estos jóvenes, con su presencia, con sus gestos, sus juegos y sus cantos, con su manera de ser y de comportarse, con su oración y sus vigilias de adoración, con todo, dijeron que quieren, como el Apóstol Santiago, ser testigos de Jesucristo, servidores de los hombres, portadores del Evangelio de la verdad que nos hace libres, del amor que se realiza en la verdad y nos hace hermanos, y de la esperanza que no defrauda.

Conducidos por María –son también muy marianos–, que, además de ser la Madre cercana, discreta y comprensiva, es la mejor Maestra para llegar al conocimiento de la verdad a través de la contemplación, han vivido estos más de doce mil jóvenes, junto a los momentos de fiesta, largos ratos de interiorización, de contemplación y de adoración. Doy fe de que a los jóvenes les interesa muy mucho la persona de Jesucristo, pero en su «verdadero rostro», no «sucedáneos» sobre Jesucristo, porque para sucedáneos que hastían y no llenan sus anhelos más verdaderos y hondos ya tienen lo que esta sociedad consumista y hedonista les ofrece. Soy testigo de que los jóvenes buscan a Jesucristo y no rehúyen ni su palabra ni sus exigencias. Son muchos, más de lo que parece, los jóvenes que se han encontrado con Jesucristo o lo buscan, a veces sin saberlo, y que, como el joven rico del Evangelio, saben que Jesús es un amigo exigente, que indica metas elevadas y pide salir de sí mismos para ir a su encuentro, que «lo pide todo», sabiendo que «quien pierda su vida por Él y el Evangelio, la salvará», la ganará; es decir, caminará por la senda de la vida con alegría y alcanzará la meta grande; al contrario de quien no esté dispuesto a seguirle dándole todo, «se marchará entristecido», se irá por derroteros sin sentido, como el joven rico del Evangelio. Por eso estaban allí, en Santiago, por eso en número tan grande fueron a rezar como peregrinos junto a la tumba del Apóstol Santiago, que plantó nuestras raíces más hondas y mejores de una humanidad nueva y verdadera. Fueron junto a Santiago, porque saben que en él «ven y oyen» al mismo Jesucristo, porque están convencidos que en él tienen a un testigo verdadero y fiel de Jesucristo. Y saben, además, que Jesucristo es inseparable de la Cruz, que no existe Cristo sin Cruz, que es en la Cruz donde Él nos ha manifestado todo lo que Él es, su secreto más profundo, y también cómo Dios quiere a los hombres, lo que nosotros somos, lo que los hombres valemos. Allí, en el Apóstol, ellos podían escuchar y contemplar aquellas palabras que son como el compendio del Evangelio: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo Único, para que todo el que cree en Él no perezca sino que tenga vida eterna». Por eso estaban allí este fin de semana: porque sabían que Cristo tiene palabras de vida eterna; que en la Cruz está todo el amor de Dios, su Sangre con la que nos ha rescatado de los poderes del mal y de la muerte que nos envuelven y enredan. Su verdadera riqueza es Cristo y quieren comunicarla a los otros. ¡Ésta es la juventud del Papa!: una puerta abierta al futuro y a la esperanza.