Historia
Las minas de Aznar
Antes de que el pensamiento único tildara a Aznar de asesino, el entonces presidente detonaba la última mina fabricada en España. Era un buen negocio: antipersonales, antitanques y las criminales «Claymore», que al pisarlas saltan como una rana y explosionan a la altura del tórax. Las primeras son las más solicitadas porque son mutilantes y enredan al enemigo en la atención a sus heridos, despedazando en la posguerra a la población civil. El belicista Aznar firmó el Convenio Antiminas, contra el criterio estadounidense, que las planta por millones en la frontera de Corea y en escenarios aleatorios. Ningún pancartero agradeció el gesto, y ahora el «stock» se usa para formar zapadores.
España es un importante fabricante de armas: buenas pistolas, fusiles de asalto y subfusiles ametralladores, granadas, misiles «Milano» guiados por hilo, el carro sobre ruedas «Pizarro», transportes blindados, munición de todos los calibres, explosivos, submarinos «Dafne» y hasta portaviones.
Zapatero ha vendido buques y aviones «CASA» incluso a Chávez y otros estados gamberros, enojando a Washington y elevando a la enésima potencia nuestro desparrame militar. Para los hipócritas pacifistas, lo de menos es la comparsa en Libia. Que lleven el «no a la guerra» a las cancelas de las fábricas militares para mandar miles de obreros al INEM. Negar la guerra es tan intelectual como negar la muerte. Este presidente no es Gandhi, ni Tolstoi, y su único talante, ya olvidado, fue el del fariseo. Ya no vendemos las minas de Aznar y sí hasta tirachinas para que se maten los pobres.
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