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Obama exige afrontar el peligro del terrorismo atómico
Un hombre aparca una furgoneta en el centro de una gran ciudad. En la parte trasera del vehículo descansa una rudimentaria bomba nuclear, similar a la que Estados Unidos lanzó sobre Hiroshima en 1945. El terrorista se aleja lo suficiente y activa un detonador a distancia. Los relojes se paran. Miles de personas mueren en el acto y otras tantas sufren las consecuencias el resto de sus vidas. No es el argumento de una nueva película, sino un escenario que algunos expertos invitados a la II Cumbre de Seguridad Nuclear que concluyó ayer en Seúl consideraron «plausible para las capacidades de un grupo terrorista bien organizado».
Evitar que se haga realidad este escalofriante escenario, o cualquiera de sus múltiples variantes, es la razón de ser de la cumbre que ha reunido en Seúl, durante las últimas 48 horas, a los líderes de las principales potencias del planeta, encabezados por el presidente estadounidense, Barack Obama. «Es innegable que la amenaza sigue existiendo. Hay todavía muchos actores malvados en busca de estos peligrosos materiales y estos peligrosos materiales todavía están disponibles en algunos sitios. No haría falta más que un puñado (…) para matar cientos de miles de personas inocentes. No es una exageración, sino una realidad que tenemos que afrontar», dijo ayer el inquilino de la Casa Blanca. Fue el propio Obama quien impulsó en 2009 la idea de unir esfuerzos para reducir al mínimo las probabilidades de que grupos terroristas se hagan con material nuclear o ataquen instalaciones atómicas. Lo hizo convocando estas reuniones anuales de Seguridad Nuclear, cuya primera edición se celebró en Washington en 2010.
En la capital de EE UU se consiguieron sacar adelante algunos acuerdos internacionales. Por ejemplo, se acordó minimizar el uso de uranio enriquecido, material que no se utiliza sólo en la industria bélica y que resultaría el más peligroso en caso de caer en manos de grupos terroristas.
La segunda cumbre, que concluyó ayer en Seúl, sirvió para reforzar dichos compromisos. El consenso se concretó ayer mediante una declaración conjunta de 13 puntos en la que se destacaron «avances sustantivos». Calificaciones aparte, lo cierto es que esta vez se puso más énfasis en los protocolos de seguridad sobre instalaciones civiles: centros de investigación, plantas atómicas y vehículos de transporte de materiales nucleares y radiactivos.
Y es que, según los expertos, resulta mucho más fácil robar o detonar uranio enriquecido en un centro de investigación o una central nuclear que en un arsenal. Se trata de un tema importante si tenemos en cuenta que a lo largo de 2011 un total de 60 países (entre ellos naciones del calibre de Bangladesh) mostraron interés por levantar su primera central atómica. Y algunos, como India o China, esperan doblar su capacidad en pocos años. Todo ello a pesar del accidente de Fukushima.
Por supuesto, sigue preocupando la situación en la que se encuentran los arsenales que dejó la ex Unión Soviética tras su implosión, aunque su control parece haber mejorado mucho en los últimos años. La amenaza no se circunscribe sólo a la órbita rusa, sino que podría llegar de otras latitudes. Según asociaciones como la Nuclear Threat Initiative, un total de 32 ejércitos disponen de algún tipo de material nuclear peligroso y no todos lo protegen con el mismo celo. Es motivo de preocupación, por ejemplo, el arsenal paquistaní, un país tremendamente corrupto y donde los Servicios Secretos han tenido en el pasado estrechos contactos con grupos terroristas. También asusta lo que pueda pasar con las «poco transparente» armas atómicas indias.
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