Cataluña

OPINIÓN: Adviento tiempo de esperanza

La Razón
La RazónLa Razón

El nuevo año litúrgico se inicia con el tiempo de Adviento, cuatro semanas antes de la Navidad. El calor de la fiesta familiar y entrañable de la Navidad mantiene un clima de renovada esperanza en nuestro mundo. Porque Adviento significa precisamente eso: esperanza.
En la sociedad actual la esperanza resulta difícil y fatigosa. Más bien se respira resignación, desengaño e incluso se llega a la frustración y a la desesperación. De modo especial en medio de la crisis económica que vivimos, más grave y persistente de lo que parecía en sus inicios.
Son cada día más fuertes las voces que nos ayudan a ver que la crisis no es tan sólo financiera o económica, sino también una crisis de valores, una crisis moral. El cristiano ha de saber que sus valores no son los del mundo y que ha sido llamado a vivir su fe entre contrariedades y luchas.
Adviento es tiempo de esperanza hoy y en medio de nuestro mundo. El Señor viene continuamente. En la celebración litúrgica del Adviento coexisten tres dimensiones históricas: el memorial del pasado en Belén cuando el Hijo de Dios plantó su tienda en medio de nosotros, el misterio de la Navidad que se actualiza en el presente y la anticipación del futuro. Fundamentados en la fe en un Salvador que ya vino, vivimos ahora en el amor a aquel que por nosotros se hizo hombre y está siempre con nosotros, y vivimos la esperanza de que Cristo volverá a dar plenitud a su redención. Por ello, las oraciones de la Iglesia, sobre todo en este tiempo de Adviento, rebosan esperanza. Y en todas las celebraciones de la Eucaristía, cuando Jesús vuelve a nacer en el altar, le decimos: «Ven, Señor Jesús».
Inauguramos este año el ciclo litúrgico con el grito de Isaías que nos invita a reconocer y a vivir la primacía de Dios en medio de tiempos de crisis, también de crisis religiosa: «Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es nuestro redentor. También hoy es realidad aquello que constataba el profeta: Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas al poder de nuestra culpa».
No obstante, Isaías, tan realista, no es un profeta de calamidades, ya que confía plenamente en Dios, y por eso confiesa esperanzado: «Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero; somos todos obra de tu mano».
Quisiera recomendar, como lectura espiritual para este tiempo de Adviento, la segunda encíclica de nuestro Santo Padre, dedicada precisamente a la esperanza cristiana. Su título, citando a san Pablo, es Salvados en esperanza. En este documento, Benedicto XVI nos recuerda que «quien no conoce a Dios, aunque tenga muchas esperanzas, está en el fondo sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida. La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos continúa amando hasta el extremo, hasta el cumplimiento total».
La palabra del Papa, de este modo, se hace eco del mensaje de Isaías: «Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre». Aquí se basa la esperanza invencible del creyente y en especial del creyente cristiano en el primado de Dios.


Lluís Martínez Sistach
Cardenal arzobispo de Barcelona