Crisis económica

La estafa por José María Marco

La Razón
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El modelo social y moral en el que hemos vivido en los últimos cuarenta años, desde los setenta, era insostenible, y así ha quedado claro con la crisis, por así llamarla, de estos últimos años. Hablamos de crisis y hay quien todavía piensa que se trata de eso, de un ajuste tras el cual todo volverá al mismo ritmo de antes. No es así, y los responsables políticos y las élites intelectuales lo saben.

El modelo es insostenible, primero, porque en los años setenta se quebraron los consensos morales que lo sostenían: el Estado del Bienestar de los años 50 y 60 se basaba en una familia estable, una distribución de roles muy clara entre mujeres y varones, una natalidad alta, una idea nacional basada en la solidaridad y la cohesión, una vida laboral continuada y sin rupturas. Todo eso saltó por los aires en los setenta. Muchos de los que vivimos esos años vimos cómo aquel mundo se derrumbaba y bastantes contribuimos a que así ocurriera. La cultura oficial actual, la que se enseña en las escuelas y se difunde desde las instituciones estatales, es heredera de aquel movimiento. Esa cultura subvencionada sigue intentando subvertir un orden que pasó a mejor vida hace más de treinta años. A medida que pasa el tiempo, su estupidez, como es lógico, resulta cada vez más insondable.

Otro factor de la crisis fue la globalización, que no es sólo un hecho económico. La globalización es también una nueva forma de situarse ante la vida. Los papeles sociales que antes nos venían dictados son ahora, si es que han sobrevivido, una decisión personal. Disfrutamos de una libertad casi ilimitada y somos, más que nunca, lo que decidimos ser. Como se ha dicho, todos los norteamericanos nacidos después de la legalización del aborto en 1973 son fruto no de un hecho natural, sino de una decisión consciente y, se quiera o no, deliberadamente tomada.

Esa situación, que desde entonces no ha dejado de ampliarse a todos los países y a todos los campos de la vida, hace imposible un Estado del Bienestar concebido como un seguro que nos garantiza ante cualquier riesgo, ante cualquier eventualidad. Ese seguro universal respaldado por el Estado es una ficción y, como se ha dicho más arriba, los responsables políticos e intelectuales lo saben. Por eso la propuesta del ministro de Hacienda de poner a los responsables de este engaño monumental ante las consecuencias de sus actos va en la buena dirección, por mucho que resulte difícil de poner en práctica. No pueden seguir en la vida pública quienes comprometen gastos imposibles de pagar sabiendo que lo son, prometiendo un bienestar y una seguridad que no van a existir e impidiendo con ello, además, cualquier posible crecimiento. Estamos ante una estafa que nos costará, si es que no nos ha costado ya, los esfuerzos y los ahorros de toda nuestra vida. Si eso no merece alguna clase de sanción social, es difícil imaginar que algo lo merezca. Se requiere por tanto algo de imaginación.