Murcia
Caminos de conversión (I) por Luis Emilio Pascual
Es Cuaresma. ¿Cómo vivir la Cuaresma? Se aprende a ser padre cuando se tienen hijos, se aprende a orar orando, se aprende de uno mismo en la acción... y se vive la Cuaresma dando pasos de conversión. La Cuaresma es camino hacia la Pascua, por sí sola no significa nada. La Cuaresma invita a la Conversión, porque invita a entrar en el desierto, donde uno se encuentra sólo, desasido de todo y de todos... y se conoce, y conoce a Dios. Si Dios no existe, la vida es desierto, vacío, momentos de insoportable calor -pasiones, odios, divisiones- junto a momentos de intenso frío -desesperanza, sinsentidos, indiferencia- Si Dios existe, entonces uno encuentra el sentido de la vida; y lo encuentra en sí mismo, en su ser, más allá de lo que tiene o aparenta. Quiero, en estas cinco próximas semanas, proponer sendos «caminos de conversión» que, recorridos en sinceridad y humildad, nos capaciten para vivir la Gran Semana cristiana en santidad. Estos caminos suponen pasar: de la prepotencia a la fragilidad, de la dureza a la ternura, del miedo a la confianza, del mercadeo a la gratuidad y de la indiferencia a la compasión. Entonces, la Semana Santa será para cada uno realmente lo mismo que fue para Cristo: el paso, el camino, de la Muerte a la Vida.
De la prepotencia a la fragilidad. La prepotencia es dominio, autosuficiencia, abuso. La fragilidad es apertura, espera de un encuentro, se deja afectar por los gozos y dolores de las personas, abre espacios a los demás, le basta un pequeño rincón para estar a gusto. Verse débil, frágil, limitado... puede y debe ser positivo en nuestra vida, porque nos une a los demás: les necesitamos y sentimos que nos necesitan. La fragilidad hace que andemos por la vida con más atención en lo que puede destruírnosla, nos invita a amar, y nos recuerda que somos criatura y no dioses. Dios lo hizo a la inversa -¡qué curioso!- el Todopoderoso se hizo frágil, humano; se hizo visible en la carne de Jesús, asumió la condición humana limitada y se hizo capaz de fortalecer toda rodilla vacilante y de alentar toda esperanza decaída. Los prepotentes, los fuertes y autosuficientes en lo humano destruyen el mundo, porque destruyen al hombre al considerarlo objeto de uso y posesión; los frágiles, los que se sienten necesitados, restauran este mundo, porque se hacen solidarios de las pobrezas de sus semejantes, devolviéndoles su dignidad.
Te invito a orar así: «¡Señor!, hazme frágil para que te refleje sólo a Ti, hazme hermano para no verme nunca superior, hazme necesitado de tus cuidados para buscarte siempre. Quiero acoger mi fragilidad y ponerla ante Ti, confiadamente, y que mi vida sea un instrumento que Tú llenes de una música agradable que haga felices a los demás». Es mi deseo para ti, querido lector.
Te invito, pues, a caminar, a no permanecer parado, a no esperar y verlas venir.
¡Feliz y Santa Cuaresma!
Luis Emilio Pascual
Capellán de la UCAM
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