Estreno teatral

Milagro con fotografía

La Razón
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Con el elocuente traspiés de Aparicio, ha reverdecido la sentencia de Juan Belmonte: «Hoy no hay mejores toreros, hay mejores fotógrafos». Eso que llaman «buena estrella» del matador (y que habría que llamar buena o mala suerte del hombre), multiplicada como el pan y los peces, en todas las portadas de los periódicos, gracias al ojo mecánico de las últimas «canon». Y también por azar, revalorizados su empaque de caballero con espada y el aura del que ha «hombreado» a la muerte. El lance ocupará el «top ten» de los vídeos de primera, garantizando el desmayo de la suegra en la salita durante las reuniones familiares. Pero la verdad que desprende el pitón en la boca de Aparicio es que en las viejas plazas, donde se tienta con insistencia el final, se fotografían los milagros que pasan desapercibidos en las vidas de rutina. Si la fatalidad se presenta en el ruedo, trae a cambio la recompensa, quizá estéril, de dejar un nombre en la memoria; si la fatalidad se presenta en una inoportuna caída del andamio, tus iniciales servirán para engordar las estadísticas.El sepulturero no sólo se esconde en los maniguales; también en los enchufes de los pisos de dos dormitorios. En los toros, toda la pequeña grandeza del hombre se concentra en el presente. Si lo que nos hiciera sentirla fuera el obsceno regodeo en el martirio de un animal, los «reventas» habrían tomado los mataderos de pollos.