Estreno

Pérez Puig absurdo y genial teatro español

Con su muerte esta semana, desaparece la última gran figura del teatro que unía las dos mitades del siglo XX y que cosechó grandes éxitos 

Pérez Puig absurdo y genial teatro español
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Siempre recordó cómo, siendo niño, ante él cayó un hombre al que habían lanzado desde un balcón. Era la época de la Guerra Civil y las checas de Madrid –más de un centenar que incluía dos del PNV– actuaban sin ningún tipo de freno. Aquella experiencia colocó al niño Gustavo en contra de la izquierda para el resto de su vida y del lado de la cultura, del arte y del fino humor. Fue la suya una carrera meteórica. Con veintipocos años, logró convencer a Miguel Mihura para que le permitiera dirigir una de sus obras. Resultó un éxito clamoroso que dejó de manifiesto un talento que lo acompañaría hasta su último aliento.

Gustavo llegaría a contar cómo Mihura tenía una ventana falsa en casa por la que caía agua que aparentaba ser lluvia para retener a las visitas femeninas. Evitaba decir, sin embargo, otra verdad manifiesta y era que nadie dirigiría los textos del creador del teatro del absurdo como él lo hizo durante décadas. Amigo de Alfonso Paso, de Antonio Buero Vallejo, de Tono, Gustavo supo captar a la perfección lo que significaba la televisión y dio el salto a la misma con una destreza extraordinaria. Sus realizaciones se contaron por docenas, pero todos recordarán como un antes y un después de la realización televisiva su adaptación de «Doce hombres sin piedad». Con el paso de los años, Gustavo pensó en repetir aquella experiencia, pero contempló, con pesar, que no existían actores de fuste para llevar a cabo tan loable cometido. «Y eso», decía, «que, cuando hice la primera, podría haber realizado dos, porque vivían Fernán Gómez, López Vázquez, Agustín González…». Cuando llegó la Transición, Gustavo Pérez Puig supo captar a la perfección el valor de un cambio sin sobresaltos y colaboró más que eficazmente en las campañas de un joven Adolfo Suárez. Vivió también con pesar el desleimiento psíquico del presidente, ya víctima del Alzheimer y sólo interesado en jugar al ping-pong con las visitas.

No fue tan buena –ni mucho menos– la relación con Ruiz-Gallardón. Gustavo dirigió el Teatro Español como pocos –seguramente ninguno de los que lo sucedió lo ha superado–, pero con choques continuos con el conocido popularmente como Tutangallardón. Cuando, de manera desdichada, se vio fuera de esa dirección, Gustavo Pérez Puig no se dio por vencido, sino que se entregó con más entusiasmo que nunca a la producción teatral secundado por Mara Recatero, su esposa y primera especialista mundial en Jardiel Poncela. Su versión de «Vamos a contar mentiras» de Alfonso Paso fue hace unas temporadas uno de los mayores éxitos vividos por el teatro español. «Se despidió de las tablas con «Las cinco advertencias de Satanás», un Jardiel juvenil y peculiar que no se representaba desde antes de la Guerra Civil. En cierta medida, ese último aporte constituyó todo un símbolo. Supo acercar a un público de decenas de millones lo mejor y más selecto del teatro, especialmente el español y especialmente, el contemporáneo. Su pérdida es, sin tópicos, insustituible. Dios quiera otorgarle el descanso que nunca se tomó en vida para lograr que tantos disfrutaran.