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Rosa Valenty: «Lo que pasó con Moncho Borrajo acabó conmigo»
Era la risa cascabelera de nuestras noches y ahora se le quiebra la voz al contar su vida de amargo tango. Por un lado dice que no tiene sueños ni esperanzas, y por otro que cuando unos caminos se cierran, otros se abren, lo que pone un toque de contradicción y algo de ánimo, quizá alguna fe, en el brillo de sus ojos. Ha pasado de la cabecera de cartel a relaciones públicas de un bingo.
–Ahora se llevan mucho los rescates. ¿Necesita ser rescatada de...?
–Del olvido al que me han sometido tras 33 años de profesión.
–Es duro llamar a puertas que no se abren...
–Muy duro. A partir de 2005 llamé a muchas puertas de amigos directores y productores de cine y teatro, y no me abrieron. Después de lo que me sucedió con Moncho Borrajo, no quisieron saber nada de mí. Acabó conmigo.
«Lo de Moncho» fue aquel intercambio de acusaciones y denuncias entre el cómico y la cómica que acabaron en los tribunales y que dio tanto juego morboso, obsceno, en el navajeo de los programas viscerales.
–Pero ganó el juicio...
–Lo gané todo, aunque la campaña de difamación que sufrí me anuló. He sido siempre una mujer honesta, no merecía algo así. Me vejaron, me humillaron. Dijeron que era alcohólica, ladrona, enferma... La campaña me anuló. Es muy difícil sobrevivir a algo así.
–¿Quiénes se portaron peor?
–Quienes yo pensaba que me querían. Qué puñalada es ver que no hacen nada por ti las personas queridas. Los silencios, la frialdad. Sólo me echaron una mano los ajenos a la profesión, o sea, los dueños del bingo Las Vegas, del que soy relaciones públicas.
–Pero en 2008 hizo una obra de teatro...
–Sí, «Usted tiene ojos de mujer fatal», de Jardiel. Firmé un contrato que era una ofensa: cien euros diarios por una colaboración especial. Lo hice porque no tenía otra cosa y para que no dijeran que no quería trabajar. Es un contrato que tengo guardado y que no tiraré nunca.
Habla bien de la productora Mandarina, de Yussan y de María Teresa Campos, que la trata con afecto en Tele 5. Nunca pudo imaginar –«ni en mis peores sueños»– que su carrera se torcería de esta forma. Pensó, sí, que los años la irían venciendo y se encontraría cada vez con menos papeles, que al final llegaría la jubilación, «pero jamás que me arrinconarían por una campaña difamatoria».
–¿Y cómo lleva trabajar en un bingo?
–Muy bien. El trato directo con el público me encanta, y siempre hay gente que me recuerda de una película o del teatro... La gente es amable. Además, hacer algo me da ánimo para maquillarme y salir de casa cada día.
–Me imagino que está desencantada de muchas cosas.
–Sobre todo, de mí misma. Tendría que haber leído mejor aquella carta que me escribió Emilio Romero en una revista. Venía a decir que era demasiado limpia e ingenua para estar en este mundo de lobos con piel de cordero. Creí que era sólo un piropo, pero no: era la pura verdad.
–Fue una de las musas del destape...
–Yo no hice mucho, me dediqué más al teatro. Fue una época feliz. No se debe hablar del destape despectivamente: fue parte importante de la Transición. Fue una liberación.
Le molesta que sólo la recuerden por los desnudos cuando ella, la rosa sin espinas, fue cabecera de cartel con Pedro Osinaga, José Luis López Vázquez, Paco Valladares, Esperanza Roy... Confiesa que siempre le ha gustado gustar, que ha sido extrovertida y que nunca ambicionó gloria ni dinero: «Sólo ambicioné vivir de mi profesión y educar a mis hijos». Le tiembla la voz cuando recuerda que en mayo ha de volver a los juzgados por el «caso Moncho», «fíjese, después de seis años, revivir todo aquello...».
–¿Tene esperanzas de volver a ser alguien en el cine y el teatro?
–No. Es muy difícil. Rosa Valenty se quedó en el 2005. Sólo espero la jubilación. Ya no sueño, me han quitado las ilusiones y la sonrisa.
–¿Cómo vive ahora?
–Llevo una vida muy austera. Saco al perro, hago la comida, leo, veo un poco la tele. Y me relaciono con muy pocas personas. Me han roto el corazón y la alegría.
–Aún es joven: puede quedar otro amor en la recámara...
–No, ni hablar, no quiero. Me he enamorado siempre de fachadas, no he sabido elegir a los hombres adecuados. Estoy decepcionada conmigo misma: he sido un desastre en el amor. Y de ellos, qué le voy a decir de ellos: se interesaron por la Valenty, les atrajo la Valenty, no Rosa. Ellos también vinieron por la fachada.
La melenita corta, los ojos brillantes, la voz grave, húmeda de emoción, una mueca en la frutal boca que intenta ser una sonrisa. Ha ido del «Que nos quiten lo bailao» (café-teatro) a «Los Bingueros». Y, además, se ha quedado como viuda sin su Pepe Rubio.
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