Asia

Manhattan

Ben Laden el soñador del califato

Toda la mitología de su salud quebradiza, de sus afecciones sin remedio –una enfermedad renal desencadenada por el armamento químico que los rusos usaron con generosidad en Afganistán y que requería de un tratamento de diálisis– y una mala presión sanguínea creó el retrato ilusorio, ficticio, de un hombre débil que contrastaba con esa hegemonía de portaviones, helicópteros, satélites y unidades militares que suele desplegar Estados Unidos.

La Razón
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De un insólito carácter espartano (sobre todo para un hombre que había nacido en el seno de una familia millonaria de Arabia Saudí), que rehuía de la ostentación y prefería una existencia más ideológica que material, Osama Ben Laden representó el mal en el Occidente al comienzo del siglo XXI. Su imagen con turbante, barbada, en vídeos grabados que lo mostraban sereno o disparando, le convirtieron en imagen de un nuevo terror paciente y callado, en la nueva pesadilla americana. Estudió ingeniería y empresariales, y tanto su temperamento religioso como su credo ideológico fue forjándose, sustentándose, a la sombra de una Guerra Fría que ha dejado demasiados daños colaterales. Junto a un puñado de hombres, fundó Al Qaida en el año 1988 al Oeste de Pakistán. Renego de su país durante la primera guerra del Golfo, y entre 1991 y 1996 buscó refugio en Sudán. Durante la Presidencia de Bill Clinton su nombre se convirtió en una leyenda negativa, en el espejo de la maldad. Sus atentados contra los intereses de EE UU atestiguaron la clase de amenaza que representaba. Ahí están sus ataques contra Kenia, Tanzania y la armada de su mayor enemigo.

El siguiente escalón fue el 11-S, el derrumbe de esa arquitectura de Torres Gemelas en plena isla de Manhattan. El mayor ataque que EE UU recibía en su territorio desde la Segunda Guerra Mundial. Alrededor de él aglutinó una nueva manera de combatir, con células independientes, bajo una identidad confusa, de aires fantasmales, Al Qaida, un nombre que empezó a expandirse a través de todos las naciones y que enseguida contó con adeptos desde Asia al Norte de África. Reclutó hombres y los entrenó. Junto a su segundo, Al Zawahiri, para algunos el verdadero cerebro de esta organización, la persona que radicalizó sus posiciones y que ahora hereda el poder (hay quien señala que a día de hoy ya había desplazado a Ben Laden a un segundo lugar), declaró la guerra a Occidente. Difundió un mensaje que aspiraba a recuperar las antiguas leyes y tradiciones del Islam, darlas asentamiento y costumbre en los países musulmanes para, después, en una «yihad», restituir un nuevo califato que abarcaba desde las montañas de Tora Bora hasta España y las antiguas fronteras medievales del Al-Andalus. No lo ha conseguido, pero sí esa guerra invisible de atentados que ha ido propagándose, que continuará, como han recalcado los expertos, y que ahora entra en una nueva dimensión: internet. A partir de las nuevas tecnologías, sus ideas se extienden más rápido.