Centro de Arte Reina Sofía
Informalismo matérico
Si se entiende que una manifestación humana es artística porque produce una emoción suprema en quien la contempla, no tengo ninguna duda al afirmar que la obra de Antonio Tàpies no es constitutiva de arte. En consecuencia, aceptaré que los intelectuales del ramo consideren la mía una visión sacrílega, vulgar, incluso zafia. No dudo de que la obra del pintor catalán conmueva a sus fervientes seguidores. Sólo reclamo para mí el derecho a conmoverme por otra clase de obra pictórica y proclamar mi indiferencia emocional frente ese «informalismo matérico» que tanto cautiva a las elites de la inteligencia artística. Los matones de Al Capone producían «informalismo matérico» con el espectáculo sangriento y caótico de una bomba en cualquier «trattoría» de Chicago. El arte surge a veces como consecuencia de la destrucción. De hecho, el arquitecto Albert Speer, decorador favorito de Adolf Hitler, proyectaba los edificios del Reich pensando en como resultarían de hermosas sus ruinas. En el fondo tal vez sabía que para asegurar la belleza de cierta arquitectura nada resulta tan útil como su demolición. En el caso de Tàpies, la ruina plástica no es la consecuencia indeseada de la voluntad del artista, sino su objetivo, su pretensión al plantearse la decisión creativa. La verdad es que muchos de esos cuadros abstractos cambian de significado según el lugar del marco en el que se coloque la escarpia para colgarlo. En otras ocasiones, la apreciación de la obra resulta muy beneficiada en el caso de que se exponga al público sin sacarla de su embalaje, del mismo modo que hay cuadros que donde merecen ser colgados es en el interior de un cajón. Yo no tengo nada que reprocharle a Tàpies, por supuesto. Al menos tuvo el acierto de enriquecerse haciendo cosas por las que a mí me cobrarían en cualquier tintorería.
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