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Mahón

Crónica negra: Matar también es cosa de guapos

Con todo, lo más increíble de la madre que supuestamente ahogó a su hijo en la bañera y lo introdujo en una maleta es que se trata de una joven gentil, hermosa, de aspecto delicado.

La «envenenadora de Melilla», Francisca Ballesteros, en el momento de su detención
La «envenenadora de Melilla», Francisca Ballesteros, en el momento de su detenciónlarazon

La historia sería mucho más soportable si pudiera hablarse de la presunta autora como una de esas mujeres peludas de la España negra de Solana; de esas que tenían en el pecho vello de judío barbilampiño. Todo el mundo encontraría normal que hubiera ocultado la existencia de su hijo pequeño, que se hiciera pasar por su tía y que lo eliminara para iniciar una nueva aventura. Pero una hermosa chica deseable, aparentemente tierna y dulce, tiene la opinión pública de su parte.

Es un motivo muy corriente este del «borrón y cuenta nueva» en el comportamiento de las mujeres asesinas. Una demostración reciente es la de la «Envenenadora de Melilla», Paquita «la Fogosa», que así firmaba en internet. Esta mujer estuvo envenenando a sus hijos durante meses, supuestamente para borrar un pasado que le hacía daño.

La tragedia del mundo moderno es el perfil de los nuevos asesinos, muchos de ellos, quizá los peores, guapos y seductores, como una contradicción flagrante de todo lo que inspiró la hoy ciencia criminológica: el «homo delincuente», feo, cejijunto. Los horribles e irreales asesinos natos. La alimentación, los cuidados modernos hacen que la raza mejore. Hasta los individuos defectuosos tienen buen aspecto.

Los relatos urgentes de los periódicos nos hablan de la víctima de la maleta, César, de diez años, que era guapo, inteligente, simpático, no muy buen estudiante, aficionado a las clases de defensa personal. Su cuerpo pequeño y flexible entrando en la maleta de 90 por 60, de color rojo, después de mucho rodar, abandonada en una zona de monte, cercana a su domicilio de Mahón, Menorca. Los hechos debieron de suceder el diez de julio de 2008, y el misterio no se habría resuelto si unos excursionistas no hubieran descubierto la maleta. Más de dos años y cuatro meses para averiguar que hay una víctima más de asesinato sobre la tierra. Mientras, Mónica hablaba del chico en internet.

Lo primero que sorprende es que en pleno siglo XXI César no fuera un chico deseado, sino uno de esos embarazos por sorpresa, que los medios de los que se dispone deberían evitar. Pero la madre tenía solo 18 años, había aprendido a enamorarse y entregarse con entusiasmo, pero no a prevenir un embarazo. Es por tanto una de esas jóvenes con defecto de ilustración sobre lo que más les conviene: una especie de analfabeta del sexo, que paga todos los excesos del machismo con la peor moneda.

No supo beneficiarse de las cosas de ahora, del entorno que protege a quienes quieren ser madres. Tal vez todavía hay que ser una especie de heroína para salir adelante, y algunas personas trastornadas piensan que es más fácil el crimen que recurrir a los servicios sociales. El trastorno al que me refiero no significa irresponsabilidad; uno puede estar trastornado y ser responsable. Por ejemplo, si es verdad que Mónica le dijo a su siguiente pareja sentimental que era el padre del niño y luego, pasado el tiempo, lo desmintió. Si fue así, incurrió en una grave responsabilidad que ante la monstruosidad del asesinato queda disminuida, pero que explica el continuo deterioro del afecto materno-filial.

Harta de fracasos
El niño sin padre, extrovertido y divertido, a solas con el padrastro, mientras Mónica probaba el futuro en otra punta de España. El destino fatal de los guapos: encontrar pareja siempre con restricciones; a los feos no se les acepta y en paz; pero los guapos, siempre tienen problemas extra. El niño compartía espacio con el que probablemente era su padre biológico. En cambio, Mahón, la nueva tentativa de la hermosa gallega, venía acompañada de una limitación; amor sin fronteras, pero nada de hijos. Otra habría mandado a su pareja lejos si la hubieran puesto entre la espada y la pared: «Mi hijo o tú; vete al cuerno». Pero Mónica estaba harta de fracasos.
En Menorca, vivía el amor y no había sitio para nadie más. ¿Qué hacer con un hijo cuando a tu pareja no le gustan los niños? La respuesta, para una madre, no cabe duda: se abandona a la nueva pareja. Pero una chica como Mónica, perdida en el mar de sí misma, guapa y desastrada, con aspecto de no haber roto nunca un plato, tiende a plegarse a los demás; a dejar paso a la peor solución de todas las posibles. Ahora, si se confirma, dirán que es una homicida con cabeza de ángel, pero no se engañen, porque ésto es sólo el signo de los tiempos.