Andalucía

Objetivo: Llegar al 20-N

La Razón
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Da hasta grima decirlo, pero el principal objetivo de no pocos gobiernos autonómicos para lo que queda de este bien poco afortunado año es no entrar en suspensión de pagos antes de las elecciones del 20-N. La razón es más que obvia. Un partido al que salpicara una quiebra autonómica podría ver dañadas hasta límites insospechables sus posibilidades electorales. Claro que una cosa es lo que se desea y otra lo que hay. El derroche ha sido tan disparatado durante años y años; la deuda acumulada es tan descomunal y los gastos fijos resultan tan astronómicos que para algunos la tarea se presenta punto menos difícil que la Misión imposible más erizada de obstáculos. Vaya por delante que el drama discurre, como la muerte, por todo tipo de barrios. En los suburbios del socialismo, Andalucía no sólo está más que quebrada en la práctica sino que, por añadidura, nadie sabe a ciencia cierta hasta dónde llega la insondable hondura de un foso de deuda que debe estar rozando el mismísimo centro de la tierra al que viajaron los personajes de una conocida novela de Julio Verne. Como los socialistas andaluces andan a la greña y no les cautiva la idea de facilitar el camino a Javier Arenas, y como además pinta en bastos para Rubalcaba, es de suponer que harán todo lo posible por evitar la quiebra manifiesta. Cuestión bien distinta es que lo consigan. En el centro del poder autonómico popular, la Comunidad valenciana está con el agua al cuello y no me refiero al Mediterráneo a su paso por el Grao de Gandía. No digo yo que no se pueda entender a Rita Barberá indignada porque las compañías eléctricas pretenden cobrar el recibo de la luz, pero cuando se gasta el dinero del contribuyente en impulsar en distantes repúblicas hispano-americanas una lengua que ni siquiera es el valenciano y se interpretan las críticas como perversas maniobras del PSOE acaba pasando lo que ya está pasando. Finalmente, paradigma del nacionalismo y de la desgracia económica que surge indefectiblemente de él, nos encontramos a Cataluña. Con casi el treinta por ciento de la deuda de las CCAA a sus espaldas, con no menos de once mil millones de euros que ha de abonar antes del 31 de diciembre y con un gasto fijo en embajadas fantasmales y difusión del catalán que no piensa reducir, ese aprendiz con tupé llamado Artur Mas no tiene como preocupación la cuesta de enero si no las correspondientes a todos y cada uno de los meses anteriores. Y en medio de ese maremágnum que nos han dejado ZP y sus acólitos nacionalistas – y al que han contribuido algunas administraciones del PP como la regida por Ruiz Gallardón ahora y por Camps antaño– el todavía presidente del Gobierno tiene como única meta apurar el vino frío y dulce de los últimos días en La Moncloa. En otras palabras, cuando más arrecia la tempestad económica, el primer causante de la calamidad se va a su marfileño camarote a lamentarse de que los españoles no hayamos comprendido su genialidad. Todo esto sucede mientras tenemos por delante dos meses sin Gobierno y casi medio año antes de los próximos Presupuestos. Si salimos con bien de ésta es para que hasta el ateo más recalcitrante reconozca la existencia de Dios.