Elecciones europeas

El «no» de Gómez

La Razón
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Decir «no» y plantarle cara al jefe suele acarrear casi siempre fatales consecuencias, pero a veces la fortuna ayuda a los audaces y el rebelde se convierte en héroe o en libertador. Prácticamente toda la historia de la Literatura, desde Homero hasta Vargas Llosa, gira en torno al «No», al desafío y a la sublevación. Seguramente el mono de Darwin no se irguió hasta que aprendió a pronunciar la palabra «no», como dijeron «no» Tomás Moro, Galileo, Colón o Einstein. Negar lo establecido goza de un prestigio biológico, de ahí que no haya término medio: o le cortan la cabeza al osado o es aclamado como salvador. A Tomás Gómez le están aclamando ahora los mismos que hace tan sólo tres días le hacían vudú en los despachos y lo pasean en andas como al gran «hombre que le dijo no a Zapatero». Pronto habrá peregrinaciones a su palacio de Callao, donde impondrá las manos a los neófitos, curará a los leprosos de la crisis y devolverá la vista a la izquierda extraviada. El que ayer sólo era un patán político que beneficiaba al PP con su desmañada torpeza emerge de las primarias como el elefante blanco que lavará las afrentas de la derecha y licuará en sangre ese odio cartaginés que los socialistas profesan a Esperanza Aguirre. Sin embargo, tanto enaltecimiento repentino del señor Gómez da que sospechar en un país donde los elogios siempre van dirigidos contra alguien. No se trata solamente de que la Brigada Paracaidista de Ferraz, en afortunada expresión de Leguina, haya sido aniquilada por las bases guerrilleras. El de Parla y sus leales han logrado algo que nadie alcanzó en diez años de zapaterismo: ganarle una moción de censura al líder máximo. He ahí la explicación de tanto pífano triunfal. Después de la reforma laboral y del recorte de los derechos sociales buena parte de los socialistas ardían en deseos de castigar al presidente del Gobierno, sobre todo esos militantes de base que no ocupan cargos ni tienen nóminas cautivas ni deben favores al aparato del partido, que alguno debe quedar. Tomás Gómez, con su tosca falta de fineza política, ha catalizado la frustración de la izquierda vocacional que ya no se reconoce en Zapatero, la misma militancia que el 14 de marzo de 2004 le coreaba en la calle «José Luis, no nos defraudes». Gómez ha sido la espada oportuna que ha alzado esa militancia enrabietada contra el líder. Y, de paso, agranda la leyenda negra del ojo clínico de Rubalcaba para elegir líderes: apoyó a Almunia contra Borrel, a Bono contra Zapatero y a Trini contra Gómez. De pronóstico reservado.