Crítica de libros
El huevón
Huevón: perezoso, imbécil, alelado, tardo, lento o pesado en el movimiento. Negligente, descuidado, o flojo en hacer lo que debe o en lo que necesita ejecutar. Que por demasiada afición a dormir se levanta de la cama tarde o con repugnancia. Mis queridos niños: tal y como prometimos hoy vamos a hablar del huevón y, más concretamente, del huevón español. El huevón puede nacer y criarse también en otros países, no vayáis a pensar que es especie endémica ni mucho menos. Recordemos que son famosos los estereotipos del huevón caribeño, del que se han hecho incluso anuncios y al que también se conoce gracias al exquisito banano que producen las zonas en las que se encuentra ese espécimen como «el aplatanao». Tampoco queremos desde aquí olvidar a los huevones europeos, que también los hay, y que suelen llevar bermudas, calcetines y unas gafas grandísimas con las que, aun así, parecen ver menos que Pepe Leches. El huevón español, sin embargo, se diferencia del resto de huevones en que, a su flojera habitual, se une la mala leche propia de una mona; es decir, que es consciente del nivel de fastidio que provoca en el resto y, lejos de reaccionar con celeridad, abusa de su turno. Vamos a poner algunos ejemplos, queridos niños, para que podáis localizar concretamente a los mendas de los que hablamos. Seguro que vuestros papás se han topado con ellos en la cola de un banco, cola que el huevón hace por las razones más peregrinas que uno pueda imaginar. Llegado su momento e ignorando por completo que hay sólo una ventanilla abierta y que esperan trece cagaprisas (del cagaprisas hablaremos otro día), el huevón saca, mete, cambia dinero de una cuenta a otra, paga los recibos uno a uno después de gastar unos minutos preciosos y larguísimos buscando las copias, pide que le pongan la cartilla al día, pregunta por varios reintegros antiguos, por los puntos de la Visa, se pide una plancha, firma el recibo de la plancha, cuenta los puntos que le sobran, repasa el catálogo, interroga a la señorita sobre la calidad de un peso de baño y cuando ya parece que se le han acabado las gestiones, mira al tendido y suelta la fatídica frase: «Ah, mira, otra cosita que necesitaba, guapa». Estas escenas suelen reproducirse también en los cajeros automáticos, llegando a colapsar las aceras por las filas que forman tras de sí. Son los típicos huevones que, en plan turista, llegan a un paraje extraordinario donde se encuentra un árbol santo, sólo uno, y le hacen setenta fotos a toda la familia mientras le tocan el lomo al árbol santo y tratan de quitarle el musgo al tronco con una uñita. «Alejandra, ponte otra vez que esta última ha salido movida».
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