Castilla y León
OPINIÓN: Razones de clemencia
He leído en la prensa de Burgos tus palabras acerca de los asesinos de tu padre y hermano: «ni perdón ni olvido». Lo que le hicieron a los tuyos no tiene perdón de Dios, como tan justamente se suele decir. Además, no parece que esté en tus manos perdonar a quienes todavía no te han pedido perdón a ti. Y, en cuanto al olvido, ¿cómo olvidar? Ahora bien, si tú eres uno de los que el Evangelio llama bienaventurados porque «tienen hambre y sed de justicia», creo que puedo atreverme a decirte algo. Una cosa que no se hizo bien en la transición española fue que se quiso olvidar (pasar página), pero sin haber perdonado del todo. Y claro, olvidar no se puede. Perdonar, en cambio, sí. Perdonar no es olvidar, no es vivir como si nada hubiera pasado. Perdonar es, si no me equivoco, una cuestión de dignidad. Me explico. Hay cosas a las que un hombre no puede renunciar. La más profunda y verdadera de todas es la esperanza en una sociedad mejor. Sociedad mejor no es aquella en la que los asesinos se pudren en la cárcel. Es aquella en la que los hijos de los asesinos son hombres y mujeres de paz. Para que esto sea realidad sus padres no pueden estar en la calle, sin duda. Pero lo que es de justicia no es suficiente. Yo creo que tú y todas las víctimas de la barbarie tenéis una misión transcendental en nuestra sociedad: la de reivindicar no sólo la necesidad de la justicia sino también la dignidad de la esperanza. Nadie como uno que ha sufrido puede reivindicar esta dignidad. Nadie como uno de vosotros puede perdonar. Nuestra sociedad, además de proteger los derechos de las víctimas, debe prevenir la aparición de nuevos verdugos. Tiene razones, pues, para la clemencia.
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