Castilla y León
OPINIÓN: Pascua de la esperanza
En un poema muy antiguo, escrito antes de la era cristiana, podemos leer:
«Creó Dios el Sol/y el Sol nace y muere y vuelve a nacer;/creó Dios la Luna/y la Luna nace y muere y vuelve a nacer;/ creó Dios las Estrellas/ y las Estrellas nacen y mueren y vuelven a nacer;/ Dios creó al hombre, hijo de Dios,/ Y el hombre nace y muere y no vuelve a nacer».
El poeta se dio cuenta de que los seres a los que amamos desaparecen pero aquellos otros a los que no podemos amar no desaparecen. Uno y otro día «nacen y mueren y vuelven a nacer». El poeta sabe, claro está, que ni el sol, ni la luna ni las estrellas nacen ni mueren. Sólo el hombre, hijo de Dios, nace y muere. Sólo el hombre conoce la alegría de ver nacer y la tristeza de ver morir.
El sol no nace ni muere. No siente alegría ni dolor. El hombre, en cambio, sí.
En la aurora de la civilización hubo hombres, como nuestro poeta, para quienes el ser humano debía de ser una especie más de la naturaleza.
Algunos, como nuestro poeta, percibieron, no obstante, la diferencia que le separaba de otras especies, de los seres más elevados de la naturaleza: en tanto que el sol, la luna y las estrellas siempre vuelven a nacer, el hombre no vuelve a nacer. El hombre es mortal. Pero no todos pensaron como nuestro poeta.
Hubo quienes creyeron que el hombre podía también volver a nacer, como los astros del cielo vuelven a nacer cada día. Hubo quienes esperaron una vida nueva para el hombre mortal. Pues bien, en el seno de esta esperanza nace el cristianismo. En una época y en una cultura llenas de esperanza ultraterrena.
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