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Pies de barro

La Razón
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No es que estemos huérfanos de liderazgo. Es que somos incapaces de producir líderes. Como mucho creamos unos entes precocinados, bien sazonados y adornados que pasan por tales, pero que se extinguen a la menor racha de viento que apaga el horno. Y ya lo dijo el filósofo, no hay viento favorable –liderazgo– cuando no hay rumbo, cuando no se sabe adónde va. El verdadero líder es el que en tiempos difíciles mantiene firme el pulso y lleva la nave a buen puerto. Por supuesto, se obliga a sí mismo y obliga a sus marineros a esforzarse, incluso al sacrificio si es preciso.
Porque, ¿en manos de quién estamos?; ¿quién ha esparcido la semilla de que mandar o gobernar entraña propiedad feudal?
Podría referirme a la Prensa nacional o internacional. No hay día sin un escándalo referido a personas que deberían dar ejemplo y nos decepcionan. No seré yo quien tire la primera piedra denunciando flaquezas o pecados del ser humano en ámbitos privados. Pero sí seré cáustico e inflexible con el que haga de su responsabilidad coto de caza o derecho de pernada. No creo en más «erótica del poder» que la que proporciona el trabajo, el sacrificio y la entrega. Todo lo demás me da asco. Y más cuando el cargo público tiene como nunca inmensas posibilidades de ejercer en libertad sus tendencias y desvíos más íntimos.
Pero que en tiempos de falta de trabajo, en tiempos de subidas de hipotecas, en tiempos de reales carencias, se abuse de la situación de poder me parece deleznable.
Lo de Dominique Strauss-Kahn, además de rabia, me da pena. Me da rabia que gaste 3.000 dólares por una noche de hotel; me da pena que no se conforme con tres matrimonios; me da pena que se haya ganado la fama de perseguidor impenitente. Ahora aparecerán más testimonios de sus andanzas. Pero también se perderán en el olvido silencios que han sido dramas personales o matrimoniales. No conozco más detalles del caso del Sofitel neoyorquino. Incluso respeto las posibles dudas. Pero sí he conocido casos en España tapados con demasiadas cautelas, porque nuestra Justicia no es la de la jueza de Manhattan Melissa Jackson.
En uno de los casos, la crisis consecuente, unida a otras circunstancias que no pude conocer, llevaron a una persona sensible al suicidio. ¡Cuántos dramas semejantes se nos ocultan!
Dominique Strauss-Kahn representa a esta «gauche divine» que vive del cuento en hoteles de lujo y viaja en el asiento más caro de los vuelos transoceánicos. Y no contento con poder pagar con sus dietas a la prostituta más cara del Bronx, se dedica a perseguir e intentar dominar a las camareras. ¡Y no debe de ser la primera! Pertenece a esta izquierda que, en frase de Sarkozy, nos impuso el relativismo total: todo es igual, lo verdadero y lo falso; lo bello y lo feo; el alumno vale tanto como el maestro; las víctimas cuentan menos que los delincuentes y terroristas; la autoridad está muerta; las buenas maneras han terminado; se acabó la escuela de la excelencia y el civismo. ¿Patria? ¿Patriotismo?: ¿de qué me habla?
Ha sido la izquierda la que ha permitido indemnizaciones millonarias a los grandes directivos, la que ha hecho triunfar al depredador sobre el emprendedor, la que ha renunciado al mérito y al esfuerzo, la que ha borrado los deberes para ensalzar unos falsos derechos.
La confianza en la independencia del Poder Judicial norteamericano me reconforta en parte. También me da envidia.
Y pienso, cuando miro a mi alrededor, que sólo volviendo a los valores del esfuerzo, del sacrificio, del respeto a los mayores, del trabajo bien hecho, de la responsabilidad, de la fidelidad a la palabra dada, en resumen, sólo cuando hagamos de la educación y de la cultura sustentos básicos de nuestra vida, seremos capaces de sentar las bases, los cimientos, de los que saldrán con naturalidad nuestros líderes. Sólo cuando la bandera de los deberes sea más amplia y esté más alta que la de los derechos, estaremos en el buen camino. Pero no van por ahí los tiros. Ni siquiera en el seno de las Fuerzas Armadas.
La alternativa ya la conocemos. Quienes pueden hacer caer gobiernos, quienes pueden contribuir a la subida del Euribor y en consecuencia aumentar la cuota de nuestras hipotecas y quienes pueden decidir sobre paridades del dólar o en las ayudas al Tercer Mundo tienen los pies de barro. Y cuando una camarera africana para estos pies, descubrimos un enorme vacío y una falta de liderazgo moral que nos aterra. ¿En manos de quien estamos?
No es mal momento para pensarlo.