Joaquín Ruiz Jiménez

Peces-Barba por Martín Prieto

La Razón
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Él o su familia no han querido que el velorio por Peces-Barba se hiciera en el Congreso y han llevado sus restos a la modesta casa de Colmenarejo, tal como Fraga a la suya. Dos gestos cristianos ajenos a cualquier pompa fúnebre. Conocí a nuestro patricio cuando ronroneaba alrededor de Joaquín Ruiz Jiménez y «Cuadernos para el dialogo». En los entretelones de la oposición se le tenía por democratacristiano. Pronto estuvo con «Isidoro» cuando no se había resuelto el conflicto con Rodolfo Llopis, y defendió a etarras con petición de muerte en los años de plomo. Pero de él destacó su voluntad de hombre ordenado. Cerró el bar de las Cortes y prohibió fumar en ellas pero tiró al «tacho» sus habanos encadenados y siendo un obeso y un gourmet se sometió a una dieta draconiana que le hizo irreconocible. Con lo de padre de la patria estamos desmemoriados. Los siete ponentes pusieron toda su inteligencia en el empeño, pero por las noches Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell tachaban, añadían y consensuaban el texto definitivo. Con dinero público se hizo una Universidad con campus en su pueblo del que su hermana era alcaldesa. Tuvo el valor de adoptar un niño de soltero completando su biografía íntima. Sin embargo, a este humanista le falló el criterio aceptando de Zapatero un Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo. ZP sólo pretendía domesticar a unas asociaciones que interferían en su alocada carrera de claudicaciones hacia una ilusoria paz con ETA. Peces-Barba acabó dimitiendo tras haber sido usado y se encerró en su biblioteca.