Historia

Asturias

La República es el pasado

La Razón
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Hoy se cumplen 80 años de la proclamación de la Segunda República, el 14 de abril de 1931. Han pasado muchos años, los protagonistas que tuvieron responsabilidad política en aquellos acontecimientos han muerto y la sociedad española vive en democracia desde que se dio a sí misma la Constitución de 1978. Es decir, la Segunda República es ya Historia y por eso es un periodo de nuestra vida política que debe ser estudiado y analizado con la frialdad del historiador y alejado de la pasión y la furia que convirtieron aquellos años en uno de los momentos más convulsos de nuestro pasado y que abrió la puerta al capítulo más negro de nuestra memoria reciente: la Guerra Civil. Durante muchos años, la Segunda República fue un régimen político idealizado, pero que ha ocultado una historia de intransigencia y sectarismo muy contrarios a lo que pregonaba. La República llegó bajo la euforia popular, pero con ella no vino un régimen verdaderamente democrático. No inculcó unos valores liberal-democráticos, ni sus dirigentes supieron construir un régimen que reconociera los derechos individuales, ni defendió principios tan básicos como la alternancia política. Difundieron la idea de que los males de la sociedad española los encarnaban la Monarquía y la Iglesia católica y se ofrecieron como redentores de todos los males de la Patria, pero abrieron las puertas al totalitarismo, y ella misma vivió bajo la excepcionalidad de la Ley de Defensa de la República que contemplaba la censura de Prensa, entre otras medidas represoras. La violencia se instauró en la sociedad española y la insurrección armada popular –como la revolución de 1934 en Asturias– fue una herramienta política legitimada por partidos del Gobierno, entre ellos el PSOE. La República fracasó porque fue desleal con la democracia. Querer juzgar aquel periodo, a sus defensores y a sus detractores desde la España del siglo XXI es un ejercicio que nos puede llevar a la fantasía o a algo peor, a repetir los mismos errores, si no tenemos en cuenta que la intransigencia política estaba plenamente instalada en todo el arco político. La España de hoy es, por fortuna y por deseo expreso del pueblo español, muy diferente.
En el proyecto político de Rodríguez Zapatero figura como objetivo preferente el reivindicar ese periodo político como si fuera el único régimen verdaderamente democrático de nuestra historia, algo que la historiografía niega unánimemente en estos momentos. No sólo es una reivindicación acrítica, sino que se ha aprobado una Ley de Memoria Histórica basada, precisamente, en la mitificación de creer que la Segunda República fue un régimen intachable. Esta ley ha permitido de manera irresponsable que algunos trasnochados y nostálgicos de aquel régimen vean todavía en un anticlericalismo decimonónico una trinchera a defender por la izquierda. Nada más alejado de la sociedad española. Si de algo nos debemos sentir orgullosos no es de ese pasado oscuro, de intransigencia e intolerancia políticas, sino de la democracia que hemos sabido construir, representada por una sólida Monarquía parlamentaria de todos.