Sevilla
Zapatero: «Veintidós delegados a mí me parecen muchos»
Sevilla- El tabaco rubio se agotó en el Hotel Renacimiento de Sevilla. La espera de casi tres horas del veredicto dejó a centenares de delegados, invitados y periodistas al borde del infarto. En el centro neurálgico del 38 Congreso del PSOE, el bar del vestíbulo, cualquier corrillo que elevara la voz un ápice era sospechoso de tener información privilegiada. La gente miraba con ansia los teléfonos móviles a la espera del milagro.
Los engorrosos inhibidores de frecuencia instalados para evitar, sin éxito, las filtraciones, dejaron un vacío informativo que sólo se burlaba saliendo a la calle. Ni el propio Rodríguez Zapatero se libró del ostracismo. Ni de los rumores.
Eso fue lo segundo que le dijo a Alfredo Pérez Rubalcaba después de darle un abrazo de enhorabuena en medio del pasillo. Con el primer comentario recordó su propia victoria en el cónclave de 2000: «A mí, veintidós delegados me parecen muchos». Zapatero ganó por una diferencia aún más ajustada. Sólo nueve votos le abrieron la puerta de la Secretaría General en el 35 Congreso.
Pero volviendo al presente, Rubalcaba acogió su éxito de la misma forma que ha llevado la campaña y las últimas horas de incertidumbre. Con calma. Al menos eso dijeron los primeros colaboradores que se acercaron a la habitación de hotel en la que aguardó su destino. Y no debió de ser tarea fácil. Desde la tarde del viernes fue casi imposible sustraerse al triunfalismo que exhibían Carme Chacón y su equipo. Más de uno estuvo tentado de cambiar el resultado de la «porra».
La imagen de confianza chaconista contrastaba además con la nube de abatimiento que parecía coronar las cabezas del equipo del ex vicepresidente. La figura del todavía aspirante parecía aún más encogida por el peso de la duda. A decir verdad, el discurso exaltado de la catalana frente al tono pedagógico de Rubalcaba no ayudó a despejar las malas vibraciones. Por eso mismo, la noticia del triunfo rubalcabista fue aún más noticia.
Tras unos primeros minutos de confusión, en los que «la tele era la fuente», los primeros espadas del secretario general se lanzaron a hacer declaraciones. Hubo lágrimas de alegría, de alivio y hasta algún grito. «Es que hemos sufrido mucho», decía una delegada andaluza a la que «la emoción de la espera» dejó hecha unos zorros. Los perdedores se consolaban entre ellos. «Siento una angustia... no lo entiendo», aseguraba una joven votante. Otra, en tono enigmático, sentenciaba: «Yo me vuelvo en autobús».
Los primeros que pudieron tocar al nuevo líder dijeron que estaba sereno, que repartió besos a todos y que, «como siempre, se mostró moderado». Desde luego, cuando abandonó la suite 1002 y volvió a recorrer el camino al Plenario, Rubalcaba ya era otro Rubalcaba. Por primera vez en toda su carrera política, había ganado una apuesta personal. Y lo había hecho sin corbata.
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