China
Perdidos en el McMundo
El español medio no desea que el Estado lo estimule a ser emprendedor, sino que lo cobije y lo resguarde con sus subsidios
España se defiende mal en una economía mundializada. La globalización es irreversible, y desde luego no es lo mejor que nos podía haber pasado. Para flotar y sobrevivir en el «acontecimiento planetario» de la globalización, carecemos absolutamente de la creatividad empresarial que históricamente ha poseído USA y que le ha permitido salir adelante. Nuestras universidades palidecen al lado de muchas asiáticas, expertas en formar talentos. La investigación, tradicionalmente, no nos ha preocupado («¡que inventen ellos!»). No poseemos tampoco una «ética del trabajo». Quizás porque somos católicos (o lo éramos). No sé. Tendría que explicarlo, de ser posible, el propio Max Weber –sería provechoso preguntarle al viejo sabio, además, qué le parece ahora el capitalismo triunfante sobre el confucionismo, el comunismo y el hinduismo en las nuevas China e India–.
Nos falta una ética del trabajo igual que nos sobra una cultura de la protección, esa necesidad, casi ansia, que tiene la mayoría de los españoles de ser tutelada por el Estado, algo que está muy arraigado en el imaginario social y que, se me antoja, posee claros antecedentes en el franquismo: el sindicato vertical, el Fuero del Trabajo, la vigilancia paternalista, el cuidado y la protección del trabajador exhibidos por el régimen de Franco son ejemplos poco recordados, pero ciertos, de todo ello. El español medio no desea que el Estado lo estimule a ser emprendedor, sino que lo cobije y lo resguarde con sus subsidios. En el nuevo McMundo, con miles de millones de capitalistas salvajes procedentes del Este –de la propia Europa ex comunista, y de Asia, la India, etc.–, España no tardará en convertirse en una suerte de Parque Temático sobre la economía desfasada del siglo XX. Al igual que ocurre, si bien en menor medida, en toda Europa occidental, España es una antigualla económica probablemente condenada a una larga agonía. Incompetente para redimensionar sus ambiciones y aceptar su empobrecimiento: menos capital, menos renta, más deudas, menos recursos para cubrir las generosas y loables protecciones sociales que aspirábamos a mantener por siempre jamás…
Con la sanidad y la educación heridas de muerte. Sin ningún político en el horizonte –todos han agarrado el sarampión populista, por la izquierda, por la derecha y por el centro– que se atreva a reconocer que tendremos que pagar un poquito tanto por la educación como por la sanidad si queremos seguir teniendo sanidad y educación dignas de tal nombre durante más tiempo. Con un Estado omnipotente, divinizado («la religión es el opio del pueblo», decían, por lo que la izquierda sustituyó hace tiempo la religión de Dios por la religión del Estado. Son sus «motivos para creer»), un Estado casi soviético pero sin las ventajas de la unificación de las repúblicas soviéticas, tan presente en la vida del contribuyente que no deja espacio para otra iniciativa que no sean las provenientes del poder gubernamental. Con tres administraciones hipertrofiadas: local, autonómica y central que asfixian al contribuyente y se han convertido en el principal amo y patrono… Estamos perdidos en el McMundo. (¡Ay!).
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