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El matonismo asimétrico por Luis del Val

La Razón
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De repente, a la vez, en el sur y en el nordeste, ha aparecido el matonismo, un matonismo asimétrico y de distinto signo, con diferentes etiologías y objetivos dispares. El matonismo del sur, el matonismo cañí, tiene sus raíces en el comunismo, y como ya no estamos en 1917, en lugar de asaltar el Palacio de Invierno se asalta el Palacio del Tendero, que no es lo mismo, ciertamente, las cajeras en lugar de armas tienen un bolígrafo y un teclado, pero no deja de ser un asalto. El matonismo del nordeste, en cambio, tiene otros modales, los matones llevan corbata, pero sus palabras son igual de amenazadoras, y no van a asaltar a los tenderos, que son sus votantes, sino al resto de la comunidad española, creando sus propios recaudadores.

Enseguida se advierte la enorme diferencia que se subraya todavía más en los objetivos. Mientras los matones del sur predican el odio a los ricos y trabajan con denuedo para que todos seamos pobres, los matones del nordeste, no odian a los ricos, y a los burgueses, porque son ellos mismos, y quieren que los pobres se circunscriban al resto del territorio pero que no haya ni un solo pobre en el territorio nordeste, porque ellos son distintos. Cuando alguien remarca que es diferente no lo hace para revelar que es más tonto o más torpe o más zafio, o, mucho menos, inferior, sino para evidenciar una superioridad que viene a ser como un postulado: no tiene que demostrarse. Si, en aras de ese postulado, logran que en el nordeste no haya pobres, la verdad es que sus objetivos se habrán cumplido.

Esta manera de operar dispar tiene su coincidencia en el principio potencial que les anima a la acción, y es que anuncian de antemano que la consecución de sus logros, es justa, y por lo tanto se alcanzará por cojones. Un matón que no anuncie que a la única razón que se va a atener va a ser a sus glándulas testiculares, dejaría de ser un matón y pasaría simplemente a ser un gamberro, un bocazas, un garrulo o un fanfarrón. Pero, eso sí, cuando se ponen las gónadas por delante de la dialéctica estamos ante un matón, a no ser que luego se desdiga y resulte que era un cagón, un parlanchín, un flojo o un aficionado a las baladronadas.

En ocasiones, los matones consiguen sus propósitos nada más anunciarlos, porque quienes deben acceder a sus amenazas son unos pusilánimes o unos cobardes. Pero, a veces, el amenazado por el matón, en esta enorme ceremonia de la confusión anatómico-política, recuerda que él también posee una zona inguinal, y entonces se produce cualquier cosa, desde una discusión de tráfico hasta una guerra civil.

En esta asimetría de matonismo, salta a la vista que el matonismo del sur es tosco, zafio y muy antiguo, de una demagogia tan primaria que podría llegar a producir un principio de ternura, de no ser porque los matones se crecen bastante con el cariño, en tanto el matonismo del nordeste intenta rodearse de una asociación de amigos del matón en el que estén gente que, en apariencia, debe ser respetable, como cámaras de comercio, empleados cuya nómina paga el matón, y ciudadanos en general atraídos por la ensoñación de la diferencia, es decir, de la promesa de convertirse en mejores con el mero gesto de su apoyo (o de su voto).

Esta demagogia es más sofisticada, más refinada y mucho más peligrosa, porque al no ser tan brutal y al envolverse en premisas falsas puede llegar a parecer incluso coherente.

A mí, desde que jugaba en la calle de niño, todos los matones me parecieron despreciables. Todos. Porque con corbata o sin ella, llevan en el alma un tirano que quiere alcanzar lo que quiere por la amenaza y la fuerza, y que sueña con repartir peonadas o subvenciones, según esté en el nordeste o en el sur. Y sacan lo peor de mí mismo, y me tientan a pensar con esa parte glandular que ellos ponen encima de la mesa, como repugnantes matones que son.