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Los programas de ambos partidos en 2008 eran cuentos de hadas sobre una España que iba a crecer al 4% con empleo pleno

La Razón
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Es un cuento que los programas electorales sean un «contrato» con los votantes. No incluyen cláusula de rescisión ni indemnizaciones derivadas del incumplimiento por alguna de las partes. Los programas son folletos comerciales en versión enciclopédica: les sobran páginas y les faltan fotos. Los partidos se sienten obligados a obsequiar a sus potenciales clientes con un tocho conjugado en primera del plural y en tiempo futuro: «promoveremos», «aprobaremos», «fomentaremos». Cuantas más páginas, más precisos los términos del contrato. ¡Pavadas! Es un juego de naipes para matar el tiempo entre tahures, cien kilos de adoquines amontonados, un trampantojo cuyo efecto en el resultado es inferior al de las fundas dentales o el pelo tintado del candidato.

Un programa electoral es una relación de vacuidades pomposas adornada con unas pocas medidas claras. Frases como «continuaremos con las reformas ya iniciadas para que contribuyan a crear un clima de confianza en nuestro potencial de crecimiento» (programa socialista) o «pondremos en valor ante la sociedad la aportación que supone el deporte en la creación de empleo» (programa popular) forman parte de la oquedad con que se llenan, al peso, estas páginas blancas. La palabra que más aparece en el programa del PP –214 páginas– es «empleo» seguida de «promoveremos» y «reforma»; en el programa socialista –149 páginas– el término más repetido también es «empleo», seguido de «política» y «mejorar». Tanto en un programa como en el otro, «elaborar un plan» aparece, como promesa, cada tres páginas: la planificación sale muy barata. En el programa de Rubalcaba no se menciona una sola vez la palabra «socialdemócrata», pero sí «socialista» o «izquierda». En el de Rajoy se prescinde por completo de términos como «derecha», «conservador» o «liberal». La adscripción ideológica la lleva con más naturalidad la izquierda que la derecha.

Los programas de ambos partidos en 2008 eran cuentos de hadas sobre una España que iba a crecer al 4 % con empleo pleno. Los de 2011 son nuevos cuentos sobre mapas infalibles para llegar, por caminos inversos, al mismo puerto. Rajoy, bajando impuestos, promete que aumentará la actividad económica y el Estado recaudará lo suficiente para cumplir con el déficit del 3%. De conseguirlo, habrá obrado un milagro y estará más cerca la canonización en vida que ya reclaman los suyos. Lo que promete Rubalcaba no sería menos milagroso: subir impuestos a la banca pero consiguiendo, a la vez, más crédito en circulación; gastar dinero público para generar empleo temporal pero sin poner en riesgo el déficit ni aumentar el endeudamiento. ¡Santo súbito! En el fondo, tiene razón Zapatero: gobernar, hoy, es adaptarse a las circunstancias. El programa de cada partido debería concluir, o limitarse, a una pregunta dirigida al candidato: cuando le llame la señora Merkel para decirle que haga lo contrario de lo que prometió a sus votantes, usted, potencial presidente, reaccionará de una de estas maneras:
· Acatando.
· Mandando a Merkel a hacer gárgaras.
· O renunciando al cargo.