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Cuna del «show business» valenciano

Cuna del «show business» valenciano
Cuna del «show business» valencianolarazon

VALENCIA- Tenías quince años, fumabas, bebías, te ibas a un concierto de «Los Ramones» y no pasaba nada. Valencia hacía sus pinitos en el circuito musical, las discográficas aún no eran todopoderosas, no existía una Ley del Espectáculo y sobre la pista de Arena Auditorium reinaba un ocio más permisivo.

La que fuera discoteca emblema de los ochenta y noventa agoniza discreta en el barrio de Benimaclet a la espera de no se sabe qué. El icono de una época y otra manera de entender la diversión podría convertirse en dotaciones para uso vecinal si se aprueba la propuesta del grupo municipal de Esquerra Unida, aunque dada la situación económica que atraviesa la ciudad, existen pocas posibilidades de que la idea prospere.

En su génesis fue almacén de productos hortofrutícolas -«La patatera» la llamaban- pero luego devino en coliseo de los sonidos tecno, punk, rock, pop y heavy metal, porque allí y entonces las tribus suscribían el armisticio del ritmo.

Así que su escenario acogió con igual cariño a gigantes de la talla de «Radiohead», Iggy Pop, «The Cult» - «El Culto» para los de aquí- o «Radio Futura», como a los niñatos de formaciones patrias que luego resultaron ser flor de un sólo éxito.

«Souvenirs» para nostálgicos
Su público -400 personas en las actuaciones más íntimas o hasta 3.000 en las grandes citas- se dejaba llevar por el ambiente. Eran 3.000 pesetas bien gastadas si lograbas estar en las primeras filas y si no, pues también, porque la acústica no estaba mal.

«¡Conciertazo!, ¡chupa de cuero! y ¡ambientazo!», relatan en internet los nostálgicos, para quienes el hueco dejado por Arena sigue descubierto. Ni las salas «República» ni «Mirror» quisieron o pudieron igualar la fama de la de Benimaclet, así que la leyenda crece.

Hoy en día les quedan «souvenirs» que pagan a precio de 2012, pósters que diseñó el joven Paco Roca, nominado a los Goya y Premio Nacional del Cómic entrado el siglo XXI, o carteles de los conciertos que pintó Edu Marín y que reflejan la estética de la época.

«Yo estuve allí», pueden decir los que vieron a la Alaska más transgresora, o los que asistieron al directo psicotrópico de «Los Ramones», o los que hartos de baile, subían al «Garaje», un segundo piso más discreto donde rematar trabajos amorosos iniciados en la planta baja. Y si tenían suerte, entre idas y venidas, escaleras abajo y arriba o entre pasillos y cortinas de plástico, se cruzaban con los artistas. Las estrellas, modestas y profesionales. Los recién llegados al mundo de la música, con la soberbia que da verse seguido por los fans enloquecidos tan fieles como olvidadizos.

El paso del tiempo desvirtúa los recuerdos, les resta detalles y los hace mejores. Con los años, hasta las apreturas del autobús se ven con ojos románticos. «El 70». Los que alguna vez posaron su espalda en los muros de Arena Auditorium mientras esperaban entrar, recuerdan las estrecheces del viaje con cariño, el que hacía el roce del traqueteo ochentero.

Quieren convertir el edificio, que tiene protección oficial en el PGOU de la ciudad, en un espacio vecinal, en un lugar donde los que entonces vestían cuero, pitillo y hombreras puedan llevar a unos hijos criados en la era digital. Unos niños que crecerán y se convertirán en jóvenes ignorantes del olor del humo de un cigarrillo en una sala atestada de ejemplares de todas las tribus urbanas saltando al ritmo de «Sweet Soul Sister».

 

De almacén de patatas a coliseo de la música
Arena Auditorium puso a Valencia en el circuito del «show business», cuenta uno de sus directores. La discoteca trasladó a la ciudad lo que hasta entonces se vivía en la periferia, esa «Ruta del bacalao» tan popular tanto tiempo después. Miles de personas atendieron cada año la llamada de los hermanos Beltrán, que supieron ver el potencial del almacén de patatas y lo convirtieron, primero en la «pija Pachá» y más tarde, en la ecléctica Arena. El tiempo la ha convertido hoy en el esqueleto de una época en la que todo parecía más divertido.