Murcia

Cansancio por Pedro Alberto Cruz

La Razón
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Cuando, porque la vida va acostumbrando al zarandeo, los problemas propios se convierten en compañeros del viaje temporal sin que su presencia perturbe más de lo que uno quiere; cuando la realidad cotidiana enmarcada en el espejo se asume y pasa, sin más trámites, a ser parte de ti, cualquier problema ajeno, cualquier responsabilidad no buscada –ni descargada por quien te hace partícipe de ella- alcanza una dimensión inabarcable, se convierte en losa tan pesada que temes no ser capaz de soportarla, abre las heridas que creías cerradas y deja al descubierto el cansancio antes enmascarado, diluido en la rutina.

Forjamos la armadura tras la que nos sentimos protegidos con los golpes que vamos recibiendo; moldeamos el acero con nuestras vivencias, grabamos el peto con lo que conocemos y convivimos, y así nos hacemos creer que podemos andar sin peligro, que estaremos libres de un exterior cada vez más hostil, cada vez más disparatado… y cada vez más asumido. Pero, ¿qué sucede si algo atraviesa las defensas, si la quimérica seguridad se ve afectada por lo que en sí no es un peligro para nosotros? La muralla se tambalea al ser minados sus cimientos, y las armas estratégicamente situadas para repeler los ataques se manifiestan incapaces para cumplir su cometido.

Tiempos son estos en los que la puerta debe permanecer cerrada, en los que las persianas deben estar bajadas para no ver lo que sucede fuera. Tiempos son en los que la necedad, la mentira, la estupidez alabada, la ineptitud recompensada, la crisis inacabable y sus víctimas arrojadas en las cunetas, obligan al recogimiento, al retiro voluntario (sin buscar la aurea mediocritas) para sobrevivir. Tiempos son de sentimientos contrapuestos si se tiene la debilidad de abrir la puerta; tiempos son de cansancio y de pesimismo si se mira desde la ventana, cansancio que obliga a detenerse, a tomar aire y hacer pública la fatiga. Tiempos son de ser y de hacer.