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Lo retro y lo moderno por Miguel Ángel Hernández

La Razón
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En sus trabajos sobre la modernidad, Walter Benjamin escribía acerca de la potencia crítica de lo pasado de moda y las energías revolucionarias contenidas lo anticuado. Frente al ritmo de sustitución de la mercancía, lo obsoleto –el objeto sin el brillo de la seducción– revelaba la verdadera cara del capitalismo, la promesa incumplida de felicidad. Hoy, más de setenta años después, esa fascinación por lo anticuado como herramienta crítica a al progreso sigue estando presente. Sin embargo, en la era del capitalismo avanzado, el mercado ha integrado lo pasado de moda como una moda más, y lo obsoleto ya no es expulsado para siempre del tiempo, sino que regresa ahora bajo la forma de «lo retro», cargado de la nostalgia de un tiempo perdido, pero situado en la punta de lanza de una industria que capitaliza las emociones y las reconvierte en energía necesaria para que el sistema funcione.

Como señala Thomas Frank en La conquista de lo cool, lo anticuado se transforma en lo más moderno. Lo retro es lo más hip. Una modernidad que se presenta como resistencia a la mercantilización de la experiencia, pero que al final no es sino una estrategia de distinción en el sentido observado por Pierre Bourdieu. Un deseo de diferencia, una cuestión de clase. De este modo, lo retro renueva el brillo de la mercancía. Un brillo ahora satinado, apagado, cercano, cuya ilusión ya no está en el deslumbramiento sino en su ocaso, en la posibilidad de abrazarlo, nostálgicamente, como una mascota abandonada. Es la institucionalización de lo alternativo, que ya no es alternativo a nada, sino que es una forma alternativa de lo mismo. Es decir, por hablar en otros términos, que lo indie es mainstream aburguesado.