Hacienda

El IVA y el autónomo

El autónomo no debería verse obligado a financiar de su bolsillo a los pagadores remisos y al Estado. 

La Razón
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No sé cuáles son las bondades que aporta el IVA a la dura vida del trabajador autónomo. Impuesto sobre el valor añadido, dicen. Impuesto indirecto, agregan. O sea, que por muy indirecto que sea, grava directamente el consumo. El IVA alimenta las arcas de los Estados de forma sustanciosa. Sin el IVA, el erario público estaría mucho peor de lo que está. El IVA ahora ha subido hasta el 18%. Un buen pellizco «añadido» al valor de cualquier producto.
El trabajador autónomo es un recaudador de impuestos, contra su voluntad, que trabaja «gratis et amore» para la Hacienda Pública. El trabajador autónomo recolecta el IVA en las facturas que extiende, y luego lo ingresa en la Agencia Tributaria. Cada tres meses, arregla cuentas con ella: «He percibido, según las facturas presentadas a mis clientes, la cantidad X de IVA, que ahora devuelvo». Un proceso más o menos sencillo si no fuera porque, desde que la recesión nos oprime, el trabajador autónomo envía las facturas a sus clientes, las grava con el IVA correspondiente y… muchos de sus clientes no pagan. O pagan con un retraso de meses. A veces, incluso de años. En los casos peores, hasta es posible que no paguen nunca. No obstante, el trabajador autónomo se ve obligado a ingresar el IVA oportuno en la Agencia Tributaria –pese a no haberlo cobrado– en cuanto emite sus facturas.
En estos tiempos de inopia económica, de parvedad y de mengua, lamentablemente es cada día más frecuente que algunos clientes –de esos que deben reintegrar el IVA final– se hagan los remolones, o quiebren antes de cumplir con todos sus pagos retrasados. Contingencia que le importa más bien poco al erario público, que le exigirá puntualmente el IVA al trabajador autónomo quien, ahogado por sus propios tributos, se verá forzado a solventar también los de los morosos; así, el autónomo, además de no cobrar por sus servicios, paga de su bolsillo un IVA que, a todos los efectos tributarios, cuenta en el «haber» de sus deudores, algunos insolventes.
En España, los autónomos forman parte vital del tejido productivo nacional. Mientras la situación no mejore, esa obligación de «adelantar» el dinero de otros a cuenta de un IVA nunca cobrado, acabará poniendo en serios aprietos a muchos autónomos, cuando no dándoles la puntilla o… incitándolos a defraudar si es que pretenden sobrevivir.
El IVA impagado, que Hacienda reclama al cobrador-recaudador autónomo, contribuye a contraer el consumo, a aumentar el fraude y a engrosar la interminable cadena de miseria en que nos ha sumido la crisis. Sería lógico que, dadas las circunstancias, existiera una fórmula más racional de depositar el IVA en las arcas públicas que diera un respiro al trabajador autónomo: bastaría con que ese impuesto fuese ingresado en Hacienda una vez cobrado, no antes. El autónomo no debería verse obligado a financiar de su bolsillo a los pagadores remisos y al Estado. Ahora, que ni los bancos dan crédito, están obligando al autónomo a darlo.