ETA
Sin piedad por Alfonso Merlos
Que nadie se equivoque. El Gobierno de España no está para desarrollar sentimientos de compasión ni conmiseración hacia una banda de verdugos que, más allá de las proclamas y la propaganda, sigue instalada en el negocio del terror. No hay ni una sola prueba indubitada, ni media, que haga pensar al Estado de Derecho que el fin de la violencia es inmediato, incondicional, irrestricto e irreversible. Al contrario. O aplastamos a quienes siguen planificando el mal en el lado oscuro o todo lo que haremos será darles oxígeno. Y Rajoy no está por la labor. Precisamente aquí reside el acierto de mantener la pujanza, el pulso y la ofensiva antiterrorista que lleva a cazar a una de estas alimañas cada quince días. El registro no es nada desdeñable y confirma dos extremos: primero, que la colaboración policial se mantiene robusta y leal a uno y otro lado de los Pirineos; y segundo, que el fin de esa cooperación es que todo aquel verdugo que tenga cuentas pendientes con la Justicia sea detenido, procesado y, eventualmente, puesto entre barrotes. Los testaferros de ETA, se presenten con el disfraz de Amaiur, Bildu, Sortu o lo que toque pasado mañana, podrán ponerse como panteras: sacar las zarpas, embestir, atacar, batallar… da igual. Son lo que son y están para lo que están: para suplantar de forma marrullera, para encubrir legalmente y para prestar su identidad fraudulentamente a los pistoleros en las instituciones. Pierden el tiempo reclamando compasión. Es imposible que desarrollemos un sentimiento o un deseo de reducir el sufrimiento de quienes han asesinado y amenazado a miles y ahora se ocultan como ratas. No puede haber paz para los malvados. Ni piedad para los impíos.
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