Jubilación
Al final del camino
En la hermosa Plaza do Obradoiro puede encontrarse uno cada día a miles de forasteros que han venido a Compostela por muy distintos motivos. Los personajes distinguidos, las celebridades y los ricos se alojan en el lujoso Hostal dos Reis Católicos y almuerzan en cualquiera de los numerosos restaurantes caros y bien surtidos en cuyos escaparates se custodian como joyas los mejores mariscos del mundo. Como es natural, abundan los turistas de clase media, a menudo organizados en ruidosas familias con niños, y los grupos de muchachos atraídos a la ciudad por los espectáculos del Xacobeo. Estos días es notable la presencia de grupos muy numerosos de jóvenes que convergen en Compostela para participar en un encuentro masivo de tintes religiosos. Hay de todo en el hervidero de esta Compostela en la que se expiden cada día un millar de documentos que acreditan su condición de peregrino a quienes llegan por los diversos caminos que convergen frente a la fachada de la catedral en esa plaza formidable en la que se puede percibir la emoción en todos los idiomas del mundo. Puede que la mayoría de los visitantes sean simples turistas ávidos de fotografiarse en los rincones típicos de Santiago y degustar las recetas más populares en los innumerables bares de una ciudad en la que el aroma del incienso ha sido sustituido hace mucho tiempo por el olor de la comida. Pero si uno se sienta en alguna de las terrazas del barrio de San Lázaro verá pasar en riguroso silencio una diversa romería de personas de toda edad y condición social, los unos, a pie; los otros, a caballo o en bicicleta, incluso en silla de ruedas. Los hay que vienen motivados por la fe o por cumplir una promesa, pero a veces el caminante es un simple muchacho solitario que intenta encontrarse a sí mismo y sospecha que ese objetivo lo habrá conseguido cuando al final del largo y silencioso camino se siente sobre su mochilla polvorienta en medio de esa Plaza do Obradoiro en la que por fin se sabrá liberado de sus remordimientos, de su angustia o de sus penas. He visto a muchos tipos duros llorar frente a la catedral de Compostela y me consta que ni ellos mismos sabían muy bien si se trataba de la emocionada alegría al final del largo sufrimiento del camino, o es que, simplemente, aquel tipo acababa de darse cuenta de que por primera vez en su vida había descubierto que no hay mejor conquista que aquella que sobreviene, sin clamor y sin aplausos, al final de un esfuerzo sin salario que en principio le habría parecido baldío. El caso es que el tipo duro se sienta en medio de la plaza y se queda mirando a la fachada del Obradoiro con el legitimo orgullo de quien tal vez piensa que ni siquiera a Dios le vendría mal hacer de vez en cuando el Camino.
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