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Rajoy presidente
Mariano Rajoy ha iniciado su senda presidencial con un innegable buen pie económico. Mientras la prima de riesgo lleva cuatro días consecutivos bajando, el Ibex lograba significativamente ayer, día de la Investidura, alinearse, en su saludable subida, con todas las bolsas europeas. El discurso del líder popular, exento de ribetes épicos y líricos, estaba cuidadosamente dirigido tanto a los españoles para alentarnos como a los líderes europeos y a los mercados para tranquilizarlos. No creo que es caer en fáciles o voluntaristas triunfalismos decir que ese discurso, sobrio pero impecable, ha cumplido ese doble objetivo. Es la constatación de un hecho. Y lo ha cumplido gracias al inteligente y ponderado eclecticismo de su receta para la crisis, que presenta las lógicas, anunciadas y previsibles pautas liberales para dejar respirar y estimular nuestra economía, pero también irrenunciables componentes sociales como la descongelación de las pensiones y la insistencia nada gratuita en la preservación del Estado del Bienestar. Lo siento por esa oposición naciente que se agarra a la demagogia de alta o baja intensidad. Pero el hombre que hoy va a ser recibido por el Rey y que nos anunciará en unas horas su nuevo Gobierno no es un neoliberal. Lo que trae a España el nuevo presidente es la legislatura de la sensatez y una «verdadera propuesta de progreso». Parecía que de esa palabra y de ese concepto tenía el monopolio la izquierda. Pero, sin realismo ni sin sentido común, el progreso es una quimera. Rajoy les ha arrebatado ese término y su significado a una IU y a unos sindicatos que sólo llaman «creación de empleo» al descabellado aumento del número de funcionarios y a un socialismo Disney que se autodenominaba «progresista» pero que, en vez progresar, quiso regresar al pasado y lo consiguió.
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