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Laicismo

La Razón
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El origen de la voz «secularización» proviene del latín saeculare, que significa «siglo» pero también «mundo». La secularización moderna es un movimiento ilustrado, que pretendió la «mundanización» de la sociedad, animado por razones dialécticas de combate ideológico, y que se contrapuso frontalmente a lo sagrado. La secularización tenía un propósito positivo: la independencia legítima del poder político del Estado, o si se prefiere, la autonomía de la sociedad civil. El lado oscuro de la secularización, en su afán de transformar la sociedad, fue el planteamiento de una lucha abierta contra las instituciones religiosas, como si fuese posible una cultura sin el conocimiento de la existencia de Dios, hecho que es accesible por la senda de la razón natural. La confrontación dialéctica, y muchas veces a cara de perro, fue lo secular, lo mundano, frente a lo religioso y lo sagrado.

Las posiciones extremas se retroalimentaron. El laicismo emergente, en el contexto cultural de la secularización, no trató solo de favorecer la existencia legítima del estado no confesional, sino que pretendió instaurar un estado, inspirando en el humanismo materialista, que definiera el sentido de lo «laico» desde esta perspectiva. El laicismo se adentrará en los valores del humanismo materialista, como exigencia propia del Estado, ignorando que éste ha de salvaguardar el bien común de todos los ciudadanos, ya sean creyentes, agnósticos o ateos. Aquí surgió el conflicto, en el «consenso» de cómo aunar las distintas posiciones de conciencia. El Estado no confesional es el escenario equilibrado, y el Gobierno ha de ser neutral desde esta salvaguarda constitucional, ya que la fortaleza de la participación política y social depende de que sea posible a todos hacer sus propuestas en conciencia.

La clave del arco de la convivencia en paz es que el Estado no puede imponer una parte social a la otra, por ejemplo, el Estado no puede tomar partido por una escuela pública para que necesariamente sea agnóstica, atea, o creyente. El Estado tiene una función subsidiaria, de árbitro, que salvaguarda no sólo la mayoría sino también el derecho de las minorías en todo lo que significa: las libertades de las conciencias. El Estado, a través del Gobierno, no es protagonista en la organización del proyecto educativo de la escuela, sea pública o privada, en aquellas cuestiones que se refieren al sentido de la vida; son los ciudadanos en cada caso, las familias, célula natural social, quienes tendrán que definir el sentido de la educación de sus hijos desde su conciencia. De lo contrario, la imposición, la falta de respeto a la objeción de conciencia, sirve en bandeja el conflicto, y la guerra. En una sociedad civil avanzada, la dignidad personal, no puede permitir que la ignorancia de los gobernantes establezca normas que sean simplificaciones ideológicas o de iluminados.

El laicismo como fenómeno social, en su actitud beligerante, desestabiliza la paz social, cuando pretende reducir la religión al sentimiento, ignorando que el conocimiento de la existencia de Dios no es un artículo de fe sino de orden racional natural. No todo el mundo intelectual «comulga» con el prejuicio kantiano de que el conocimiento sea siempre fenoménico. El que las cosas no sean siempre como parece, como se crítica al realismo ingenuo, no significa que nunca lo sean, como supone el idealismo moderno.

Los laicistas, y su «antimateria», sus homólogos, los integristas, tienen que bajarse del burro de la arrogancia que les lleva a decir que solo su opción es la única propuesta democrática. La forma de resolución de los problemas prácticos admite diferentes variaciones. Quienes argumentan que la formación en la escuela pública ha de ser sólo científica ignoran el reduccionismo que anida en la metodología experimental. La ciencia, que de ella se deriva, exige: el control, el contraste y la réplica para etiquetar el pedigrí del conocimiento. Esta es su grandeza, pero también su miseria. Por propia definición epistemológica aludida: no entiende del sentido de las grandes categorías humanas, como por ejemplo, que sea la libertad, la igualdad o la fraternidad. Éstas no pueden llevarse para su análisis en una caja, en una urna, o en una bandeja, al laboratorio o al aula.

La realidad histórica del siglo XIX ha sido que el laicismo estatal actuó de forma beligerante, atentando o suprimiendo las órdenes religiosas, para sustraer la influencia educativa, contraria a su ideología. El estado laicista, no sólo ha mantenido una fuerza de aniquilación de las creencias, sino que ha olvidado que debe garantizar la libertad religiosa y de culto por ser un derecho humano fundamental. El clericalismo, contrario existente, tal vez explica algunas de estas actitudes. Sin embargo, los tiempos han cambiado afortunadamente. La Iglesia católica, en nuestro contexto, después del Vaticano II, aceptó la secularización de la sociedad civil, y el respeto al poder democrático del Estado. El Estado democrático es no confesional. El momento actual, junto al ocaso de las ideologías, es propicio para que todos tengan voz, y expongan la crítica en el tiempo y la forma debidos. No hay otra senda para la convivencia en paz que la del respeto de las conciencias. No es tiempo de vencer sino de convencer.


E. López-Barajas Zayas
Catedrático de la UNED