Córdoba

Lampedusa en La Moncloa

La Razón
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Cuando en los años anteriores a 1870 Italia fue unificándose a impulsos de personajes como Camilo de Cavour, a la tarea de reconstrucción nacional se sumó el problema de la forma que adoptaría el nuevo estado y, sobre todo, el de cómo ese proceso repercutiría en las relaciones sociales. Algunos de los pedazos recosidos de Italia, ya avanzados de por sí, no se sentían inquietos en la medida en que el liberalismo, con los matices que se quisiera, ya había prendido en su territorio. En otros, sin embargo, donde persistía el Antiguo Orden con sus privilegios, la situación planteaba interrogantes angustiosos. Ése fue el caso de Sicilia, una isla tradicionalmente atrasada en relación con la península donde la Historia parecía haberse detenido en algún punto del s. XVII. No resulta extraño por eso que los miembros de las clases privilegiadas se preguntaran si estaba cerca el final de su poder. El proceso de adaptación al cambio político quedaría recogido magníficamente por un príncipe siciliano llamado Lampedusa que formularía el siguiente lema: «Hay que cambiar todo para que todo siga igual». En otras palabras, se podía aceptar la unificación territorial y el estado liberal como grandes cambios precisamente para que no se produjeran otros como el descabalgamiento de las clases privilegiadas. Desde entonces, tan sencilla afirmación se ha convertido en norma sagaz de acción política que, permítaseme decirlo, ha llegado hasta La Moncloa. A decir verdad, la última remodelación gubernamental no ha cambiado un ápice el proyecto político de ZP. Como jefe de gobierno, ZP se ha caracterizado por una política sectaria y tontilona tejida de paridades, alianza de civilizaciones y desmemorias históricas, guarnición de un proyecto totalitario, el de crear un sistema en el que el PSOE, aliado a los nacionalistas, impida para siempre la posibilidad de otro gobierno. Para alcanzar esa meta, ZP ha entregado soberanía y recursos a los nacionalistas catalanes y vascos y está dispuesto a pactar con ETA. La economía, en ese análisis político, tiene escaso lugar. Examinando el nuevo gobierno, ¿podemos decir que se ha producido un cambio en ese plan? Todo lo contrario. ZP mantiene a personas de dudosa competencia como Pajín o Trinidad Jiménez sólo por ser mujeres. Ni la política de acercamiento a las dictaduras, por la que tan bochornosamente se caracterizó Moratinos, ni los dislates de Bibiana Aído terminarán con las sustitutas. Además, vuelve a dirigir el timón hacia las playas del paraíso de la izquierda situando en Trabajo a un huelguista que lidió con aquel escándalo de la UGT que fue la PSV y en Medio Ambiente a una comunista que era capaz de chuparle cámara al mismísimo obispo de Córdoba. Para remate, reafirma su acuerdo con el PNV – y su proyecto de pacto con ETA– trayendo de allende los Pirineos a Jáuregui mientras, a las pocas horas, Pachi López convoca a los partidos para estudiar el trato final con la banda terrorista. Finalmente, dota de plenos poderes al hombre que no sólo fue portavoz de los gobiernos del GAL y de la corrupción sino que, gracias a SITEL, puede conocer hasta nuestras más ocultas acciones. ¿Significa todo esto que ZP está acabado? Confieso que me cuesta creerlo. Por el contrario, como indicó Lampedusa, más bien parece que ZP ha cambiado todo para que así todo lo que compone su siniestro proyecto siga igual.