Pekín
El zoo de los horrores
En la terraza de un centro comercial en un barrio de Bangkok se esconde el zoológico más «salvaje»
El puercoespín eriza las púas al escuchar los rugidos. Desde donde está, puede ver a la pareja de tigres: los tiene justo al lado, en una minúscula habitación de cemento en la que los felinos caminan en círculos, sin levantar la cabeza. A dos metros, la pantera y el leopardo comparten jaula. Permanecen tranquilos hasta que alguien les dispara el flash a cinco centímetros de la cara. La pantera se enfada, gruñe, enseña los dientes, y vuelve a tumbarse hasta el siguiente turista. Los monos chillan enloquecidos y agitan los candados de sus jaulas. Detrás tienen una selva descolorida, pintada en la pared. Dos pequeños macacos sacan las manos para mendigar algo. Lo obtienen: una niña les acerca con miedo un trozo de pan de molde.
Mientras que en los zoológicos de medio mundo está prohibido dar de comer a los animales, en el Pata Zoo te animan a que lo hagas. En un tenderete se vende pan, hierbas y dulces a diez bath (25 céntimos de euro) el paquete. Los fines de semana, los monos y las cabras, los preferidos por los niños, se atiborran. No es la única anomalía de este sórdido lugar, donde viven unos 220 ejemplares de las más variadas especies. Para empezar, sorprende su localización, en las dos últimas plantas (la sexta y el ático al aire libre) de un centro comercial en el que se ofrece ropa barata, electrodomésticos, quincalla y accesorios informáticos, en un transitado barrio de la periferia. En el ascensor y las escaleras mecánicas del edificio, los carteles anuncian la atracción principal: una gorila apodada «King Kong» y su pequeña cría, que observa con aburrimiento lo que ocurre al otro lado de su jaula.
Parece que prefieren vivir de espaldas a la cutrez inenarrable de su celda, con suelos de cemento desconchados y neumáticos colgando. Teóricamente, el pingüino disfruta de aire acondicionado y una habitación para él sólo, aunque algo debe fallar porque no se ha movido de su sitio en dos horas. Lo depositaron sobre un bancal de tierra sucia y una bañera de agua turbia hace años, acompañado por otros once de su especie. Ahora es el único superviviente. Cuando las temperaturas suben, la precaria refrigeración no alivia del todo el sofoco tropical. Y si se va la luz la vitrina es un invernadero, con temperaturas superiores a los 40 grados. El cristal no está tan sucio como el de los osos malayos, irreconocibles desde fuera.
Animales que se escapan
Poco antes del cierre del recinto, un roedor de unos veinte centímetros se escapa. Corretea por los pasillos hasta que le dan caza. «A veces pasa, hay poco espacio y cuando abres la puerta para darles de comer, se largan», reconoce uno de los trabajadores, a quien le divierte la idea de que un día el que se escape sea un tigre y llegue, escaleras abajo, hasta la planta de ropa y accesorios deportivos.
A pesar de que muchas voces han pedido su clausura, el «Pata Zoo» no incumple ninguna de las escasas y laxas leyes tailandesas. Sus dueños aseguran que todas las especies disponen de comida y atención veterinaria. «Viven mejor que muchos humanos», insiste el director, Kanit Sermsirimongkol. Pero las asociaciones animalistas no piensan lo mismo. La Fundación Tailandesa de Amigos de la Vida Salvaje lo define una «cárcel» y un «infierno», en el que los animales «no tienen espacio ni luz solar suficiente», las jaulas están «demasiado sucias» y los visitantes «increíblemente cerca». En veinte pasos pueden verse más de 100 animales distintos. Algunos lagartos gigantes han sido acomodados en los alféizares de las ventanas, junto al aire acondicionado. Tres ciervos viven en un zulo: no pueden dar cuatro pasos seguidos. En los diminutos acuarios de las tortugas, la gente lanza monedas que permanecen en el caparazón durante semanas. Representantes de PETA (Personas por la Ética en el maltrato a los animales) visitaron el recinto y concluyeron que se trata de «las peores condiciones que nos hemos encontrado jamás». Los fines de semana se organizan espectáculos. Los chimpancés se pelean con espadas de plástico y los macacos, maquillados, divierten con sus acrobacias.
Todo sea para levantar un negocio que no va todo lo bien que desearían sus dueños. Es domingo y no han pasado más de 50 personas. La última inversión realizada para levantar el vuelo se convirtió en una exhibición de animales nocturnos, que luce mucho mejor que el resto. Para redoblar el «efecto gruta», todo permanece a oscuras. Lo único iluminado son las vitrinas de los animales. La mayoría son mamíferos (incluidos varios zorros voladores) que buscan ansiosos la penumbra por las esquinas.
AMOR A LOS ANIMALES
Muchos zoológicos asiáticos, especialmente chinos e indios, han sufrido denuncias. A principios de 2010, aparecieron 11 cadáveres de tigres siberianos en un parque de la provincia de Liaoning, al norte de Pekín. Murieron de hambre, tras ser alimentados durante meses con huesos de pollo. Las autoridades además encontraron una fosa común con restos de leones, tigres y leopardos en un safari de Heilongjiang, otra provincia de la China septentrional. El Gobierno ordenó cerrar más de 50 centros para evitar más casos.
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