insomnio

Sueño atrasado

La Razón
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Jamás tuve dudas sobre que las mujeres fuesen emocionalmente muy sensibles, ni negaré que se conmueven por cosas que a muchos hombres no les producen la menor inquietud. Desde luego captan los mensajes sentimentales mejor que nosotros y para quienes nos dedicamos a escribir no hay una sola frase que nos deje satisfechos si antes no la hemos imaginado propagándose en el bendito oído de una mujer. Sólo reconozco en las mujeres un defecto muy peculiar en el que yo siempre he procurado no caer. Se trata de su leal relación con el sueño. Es habitual que ella posponga cualquier decisión para después de haber cumplido el trámite de dormir ocho horas seguidas. Salvo situaciones desesperadas, no hay un solo asunto que interfiera en eso. «Tengo que dormir» es la frase que más veces les he escuchado en un momento de la noche en el que por lo general me había hecho la ilusión de compartir otros planes. La verdad es que nunca entendí muy bien que el reloj pese en muchas de sus decisiones más que cualquier emoción. Soporto con estoicismo cualquier reproche que me hagan y no me importa que con el paso del tiempo mis planes se vayan diluyendo en función de los suyos, pero sé que estoy definitivamente derrotado en el preciso instante en el que ella le echa un vistazo al reloj y con los ojos bien abiertos decide que tiene sueño. Muchas de mis amigas tienen un sueño repentino e irrenunciable, como si fuese un sueño improvisado al que le debiesen obediencia absoluta. Así como en mi caso el sueño es la natural consecuencia de llevar demasiado tiempo sin dormir, en ellas es un deber que acatan sin rechistar, con la misma devoción clínica que si se lo hubiese recetado el endocrino. Llegado ese momento me doy cuenta de que para que cuajen mis planes me falta tiempo, aunque alguien me dijo que el problema en mi relación con mis amigas no es que a mí me sobre insomnio, sino que a ellas les falta litio. También puede ser que ellas prefieran dormir porque el sueño suele inducirlas a tomar las peores decisiones. No sé… Son tan hermosas, tan agradables, también tan complicadas… El caso es que cada vez que me cito con una amiga, sé que el jueves a la misma hora es el único día de la semana en el que una mujer aceptaría tomar café conmigo el miércoles. ¿Será por eso que cada vez que desayuno con una mujer las tostadas que me trae el camarero están hechas con el pan del día anterior? Entonces esa mujer me mira a los ojos y aunque yo le jure que ese brillo agonizante en mis pupilas es amor, ella sabe con absoluta certeza que una mirada así sólo puede ser sueño atrasado.