Escritores
Pippa por Cecilia GARCÍA
Ha tenido que casarse para reparar en que Guillermo de Inglaterra va para calvo; calvo de verdad, de esos que lucen una tonsura más rotunda que cualquier sacerdote y que ya son expertos en la maquinilla de afeitar cabelleras.
Es una herencia de su padre, Carlos, que sin embargo le ha legado a Harry un imprevisto y frondoso pelo pelirrojo que, más que cortar, tendrían que habérselo podado para tal acontecimiento de tan asilvestrado que iba con ese uniforme que le hacía más menudo y también más travieso.
Es lo bueno de las bodas reales, que se convierten en tan irreales que los protagonistas son como personajes de una obra aún por escribir, que bien puede ser un drama o una comedia. La de Guillermo y Kate, perdón, Catalina, ni una cosa ni otra, salvo excepciones. Por ejemplo, el poder de la genética y los hábitos hererados. Sarah Ferguson no estuvo, pero sí en espíritu y en carne de sus dos hijas: Beatriz y Eugenia, que dieron el sobresalto de la mañana con unos sombreros que hicieron a Carmen Miranda revolverse en su tumba por tener unas herederas que ni siquiera, puesto que ya se habían lanzado al barro, se habían puesto la frutería encima. Beatriz y Eugenia son de esas personas que recomponen los ánimos maltrechos, nada que ver con Pippa Middlenton, que me arrojó al barbecho, a pastar hierba que es adonde me han mandado.
Tan tranquila estaba yo, con cinco microagujas en el lóbulo de la oreja cortesía de la acupuntura para adelgazar sin ansiedad y una bolsa de patatas fritas (siempre hay que conceder una última voluntad a quien se pone de régimen), viendo la boda cuando, tras la novia, que interesaba lo justo, apareció Pippa con ese traje blanco que le marcaba hasta las palpitaciones. Entonces se produjo el efecto acción, reacción: fue ver a Pippa y, cual resorte, tirar la bolsa de patatas fritas al televisor como si ella fuese un trasunto del anticristo y las patatas el aditivo para neutralizarla.
Ayer, había quien la criticaba por eclipsar a la novia –en las distancias largas no es difícil, parece que tiene carácter pero es tan sosa como ese pastel de carne inglés que se mastica con desgana–, pero otros muchos nos hemos declarado fans de Pippa. Dan igual las agujas camufladas con apósitos, importa poco la hoja del régimen con más normas que el código civil. Lo realmente efectivo es colgar una fotografía de su proporcionada estampa. Se te quita el hambre de pura envidia, que ése sí que es un buen astringente con el que depurar culpas propias y aciertos ajenos.
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