Estados Unidos
Democracia o tecnocracia
Para que exista democracia y tenga perspectivas de futuro, es necesario contar con un requisito básico: una cierta riqueza, esperanzas de prosperidad. Ocurrió en la Atenas de Pericles, en el Imperio Británico, en los Estados Unidos que visitó el joven Tocqueville, en las naciones europeas que en los años setenta dejaban atrás dictaduras (Grecia, España, Portugal)… La democracia se muere cuando la miseria germina. América Latina ha ofrecido en directo la ceremonia interminable del fracaso de la democracia acosada por las oligarquías autoritarias, los golpes militares, el fascismo, el populismo, el terrorismo o los brotes revolucionarios marxistas, todo ello favorecido por la pobreza y la bancarrota. Los romanos (de la Antigüedad, quiero decir) concebían la dictadura como modalidad provisional para casos de emergencia. Desde 1989, la democracia occidental comenzó a expandirse. Era un sistema con grandes posibilidades globales que garantizaba la abundancia de bienes de consumo, al contrario que el socialismo que –como demostró la Unión Soviética– sólo es capaz de asegurar la escasez. La democracia es, entre otras cosas, conciliación y pluralidad, condiciones que se afianzan en el inconsciente colectivo sólo cuando el estómago de los ciudadanos –que son libres– no ruge de desesperación.
En estos tiempos duros, ¿qué será de la democracia? Los gobiernos de «tecnócratas» que la UE propicia en los países necesitados (endeudados) de Europa sustituyen a los políticos legítimamente elegidos en las urnas y a muchos les parece «bien» la pérdida de libertad que implica este cambio atroz, ese escándalo liberticida en las reglas del juego democrático. Las masas no tienen por qué ser sabias ni ilustradas (pueden elegir incluso a Hitler en las urnas), pero «deben» ser soberanas. ¿Qué pasará con la democracia el día en que dejen de serlo?
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