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Fin de curso

La Razón
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Se sentía, en la escuela de niñas que da por detrás al patio de mi casa, que era el último día de guirigay escolar que iban a darme; me había yo salido al patio con mi ordenador y taburete y, como habían por el calor dejado abierto el ventanal del aula de las de 7 a 10 años al cargo de la dulce Matilde, a la que, no sé para qué, le hago un guiño cada vez que nos cruzamos en la calle, no podía por menos de oír lo que trataban, que, al poco de oír, me hizo dejar mi tarea y ponerme a tomar nota para los lectores.
-A ver, niñas. Hoy, como despedida, ¿qué os parece si jugamos a lo que más?
-¿Qué juego es ése?
-Lo que más ¿de qué?
-Que os pregunte, y cada cual lo cuente, lo que más le ha interesado a lo largo del curso, ¿eh?
-¿Qué es «interesar», seño?
-Ah, pues… Llamar la atención, picar la curiosidad, darte que pensar... ¿Está claro? Venga. Levantad mano la que quiera responder. O, si no, a ver tú, Imelda.
-Pues a mí, cuando el mago aquel que vino que me hizo desaparecer en el baúl.
-Pues a mí, cuando ibas a dar el premio de la poesía, que me temblaba el corazón.
-Pues yo, cuando nos llevaste al Observatorio a que viéramos el cielo con todas las estrellitas.
-¿No te das cuenta de que son todas unas mentirosas, que no hacen más que decirte cositas para darte coba?
-Ah, ¿sí? Porque Lucía sabe…
-¿Quieres que te diga algo que de veras las ha interesado, y no esas pamemas?
-Pues un día en el recreo que de detrás de la verja se la vimos al jardinero. [Risillas y soplidos]
-¿Eh? ¿La qué le visteis?
-No me hagas decir palabras feas, Matilde. Que estaba meando contra el tilo.
-¡Basta ya, Lucía!
-Claro: no quieres enterarte de la verdad.
-Eso ¿es la verdad?
-¡Qué va a ser, tonta! Tú eres buena, Matilde, pero quieres irte al mar tranquila y no enterarte.
-Nos veremos luego, Lucía.
-Ni hablar: están ahí esperándome para llevarme al pueblo con los abuelos. Hasta otro curso.