Cataluña

Quince años después por Jaime MAYOR OREJA

La Razón
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Transcurridos quince años desde la victoria del Partido Popular en 1996, sigue existiendo el empeño por una gran parte de la izquierda española y de sus medios afines de menospreciar, marginar e incluso tratar de hacer olvidar la realidad de aquel Gobierno presidido por José María Aznar.

Quienes así actúan se empeñan en reducir la historia de la democracia española a la existencia de dos únicas realidades: la derecha política de la Transición, liderada ejemplarmente por Adolfo Suárez, y el socialismo en el poder.

Pero la realidad es que, por mucho que se intente oscurecer o menospreciar, los logros tanto económicos como sociales de aquel Gobierno de 1996 son apabullantes. La diferencia entre la España que heredó José María Aznar de Felipe González en 1996 y la España de 2004 que recibió Rodríguez Zapatero fue de tal dimensión que esa constante pretensión de ninguneo está condenada al fracaso.

Esa permanente actitud de menosprecio de la izquierda no es algo nuevo. Ya en el año 1996, consideraban que el Gobierno del Partido Popular iba a ser una experiencia tan breve como fallida. Para esa misma izquierda, la mayoría absoluta que obtuvo nuestro partido en el año 2000 se convirtió en una sorpresa especialmente inesperada y desagradable.

Por ello, a partir de aquella victoria del año 2000, el socialismo cambió su estrategia de oposición. No sólo radicalizó sus posiciones, sino que comenzó a tejer un bloque antigubernamental, que abarca incluso a ETA, que a partir de 2004 se transforma en un bloque progubernamental y que ha sido, más allá del propio Partido Socialista, el protagonista del mal gobierno de España durante estos siete años.

Hay tres notas muy características de aquel Gobierno de ocho años del Partido Popular que contrastan vivamente con el actual proyecto de Rodríguez Zapatero.

En primer lugar, su lealtad con la Constitución y con los elementos esenciales que habían inspirado la transición democrática Española.

Esta lealtad fue acrecentando la firmeza del PP, especialmente cuando algunos nacionalismos se abrazaban a ETA en el País Vasco y en Cataluña.

Rodríguez Zapatero ha hecho exactamente lo contrario desde el año 2004. Ha pretendido y pretende, a través de una segunda transición, una España irreconocible en el ámbito territorial y en el de los valores. Ha creído que la legalización y el aterrizaje en las instituciones de ETA es el símbolo de la segunda transición, como lo fue la legalización del Partido Comunista en aquella Semana Santa de 1977 de la primera transición. Por eso, hoy vivimos con plena actualidad un proceso entre el Gobierno y ETA que, usando términos de la L.O.G.S.E, «progresa adecuadamente» para los intereses de las partes.

La segunda característica de aquel Gobierno era la confianza que sentía José María Aznar en la sociedad española. Esa confianza le llevó a actuar con ambición, tanto en el ámbito interior como en el exterior. Aznar y su Gobierno se empeñaron con voluntad y ambición en resolver los problemas que aún tenían los españoles.

Frente a esta actitud, el proyecto de Rodríguez Zapatero ha preferido, en lugar de buscar soluciones, perseguir un objetivo muy diferente: cambiar las conciencias individuales de los españoles, alterando y vaciando de contenido sus principios y valores.

Así, la tragedia del 11 de Marzo de 2004 llevó a la sustitución de un proyecto basado en la ambición y la confianza por un proyecto de ingeniería social, basado en una desconfianza hacia las personas y, por ello, en las constantes prohibiciones.

En tercer lugar, destacaría que, con todas nuestras limitaciones, errores o ingenuidades, en aquel Gobierno buscamos siempre como aliado el valor de la verdad. En la lucha contra el terrorismo, en el ámbito económico, en la expresión del significado de solidaridad de una Nación en asuntos como el del agua, en la ambición de la política exterior, nos atrevimos a algo tan fundamental e irrenunciable como es decir la verdad de lo que hacíamos y pensábamos. Si algo caracterizaba la bien conocida seriedad de Aznar era que, bajo esa seriedad, había una profunda e indiscutible coherencia basada en la actuación desde la verdad.

Esta actitud contrasta con la que encarna el proyecto de Rodríguez Zapatero, que necesita en todos los ámbitos la fuerza de la mentira.

Por eso, en una cuestión que simboliza más que ninguna otra esa segunda transición buscada por Rodriguez Zapatero, como es permitir el aterrizaje de ETA en las instituciones, necesita más que nunca el camino tortuoso, la ficción y la mentira, características inseparables de su proyecto relativista de Gobierno.

Semejantes diferencias me confirman en mi afirmación inicial: aquel Gobierno de 1996 no puede ni debe ser un episodio circunstancial y anecdótico en el devenir de la democracia Española, como algunos tratan de convencernos. Rodríguez Zapatero pretende que, aunque gane el PP y Mariano Rajoy, la España que heredemos sea ingobernable desde aquellos valores, desde aquella ambición para España, desde aquella confianza en la sociedad española. Nuestro deber es demostrarle que, también en eso, se equivoca.

Y los españoles tendremos muy pronto la palabra.


Jaime Mayor Oreja
Portavoz del PP en el Parlamento Europeo