Barcelona

El día cabreado

La Razón
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El nacionalismo catalán ha celebrado de por vida, en público y en privado, «La Diada». Se entiende el mal rollo que siempre sobrevuela el acto de depositar flores en el monumento de don Rafael Casanova Comes, un ilustre abogado barcelonés, heroico defensor de la ciudad de Barcelona ante el ataque de las tropas del duque de Berwick. Aquel episodio terminó mal para los defensores de Barcelona y para don Rafael. Fueron derrotados. Pero don Rafael nunca se refirió a Cataluña. Se levantó en defensa de España, otra España, y el nacionalismo se ha inventado el tostón. No obstante, don Rafael, años más tarde de su resignación, ejerció de nuevo su profesión, le devolvieron todos sus bienes incautados y terminó sus días en Sant Boi del Llobregat rodeado de sus seres queridos. Pero el resumen es que Cataluña celebra un hecho adverso para el nacionalismo catalán, que se ha adueñado de la figura de Casanova, y esa adversidad se manifiesta en el pésimo humor y la acritud de sus celebrantes.
El público que asiste al acto para abuchear e insultar a los políticos y representantes de las instituciones que tienen el detalle de llevar flores a don Rafael, me recuerda al del tendido del Siete de la plaza de toros de Las Ventas del Espíritu Santo. Se pasan el año esperando que llegue el día del cabreo. Y se enfadan con apoteósico entusiasmo. En sus rostros se dibuja la crispación y el resentimiento, y me pregunto yo si tan extendida actitud es la más recomendable para celebrar lo que sea. Todo el que no pertenezca a la facción más extrema del nacionalismo independendista, es profusamente abucheado, y se han dado circunstancias de brutal agresión física a incautos portadores de lirios, rosas y heliotropos. En la presente edición, el enfado ha alcanzado cotas casi trágicas por culpa de la sentencia que obliga a la Generalidad de Cataluña a equiparar el español con el catalán en la enseñanza. Mas se ha mosqueado una barbaridad. En el tesoro epigramático español hay una quintilla anónima escrita en la agonía del siglo XIX que se refiere a un Mas y a un Blas. «A la mujer de Mas, Blas/la visita por demás,/ y según propios y ajenos,/ para la mujer de Mas/ lo de Mas es lo de menos». Quizá un tatarabuelo del enfadadísimo. Pero lo cierto, y no escribo con intención de herida o de molestia, es que la fiesta de «La Diada» es un guateque ajeno a la alegría. Excesivo localismo soberanista. Y muy poco cordial con el resto de los españoles, que se disgustan con sobrados motivos cuando advierten que ante autoridades respetables y el máximo representante del Estado en Cataluña, el Muy Honorable Presidente de la Generalidad, se queman banderas de España, que también son las suyas, y fotografías del Rey, que es el Conde de Barcelona.
Sucede que el 12 de septiembre deja de tener importancia el desbarajuste social de «La Diada» y nadie se acuerda de lo allí acontecido. El que no tiene culpa de nada, es el abogado barcelonés, catalán y españolísimo que soporta en bronce tan clamoroso desasosiego. Cataluña, con su larga y fecunda Historia, haría bien en celebrar un hecho positivo y dejarse de comer el coco con propuestas antipáticas. A pesar de los tiempos que corren, queremos una Cataluña alegre y sonriente, con su formidable tejido social y económico, que no merece enfadarse tanto por algo que sucedió en el hueco de los siglos pasados.