Motociclismo

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Crivillé ya no está solo

Lorenzo, campeón del mundo. Suena sencillo, pero es la primera vez en once años y la segunda en toda la historia que un piloto español es capaz de reinar en la categoría de las motos grandes. Jorge igualó en Sepang la hazaña que hasta ahora era sólo propiedad de Alex Crivillé, un chico tímido y de pocas palabras que en 1999 se atrevió a romper el dominio de Mike Doohan

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El australiano, una especie de Eddy Merckx del motor, sumaba cinco títulos consecutivos, hasta que «Crivi» le perdió el respeto para derribar una barrera prohibida antes y después para el motociclismo español.

Ángel Nieto, Sito Pons o Aspar habían dominado en las cilindradas menores, pero las máquinas más potentes eran demasiado feroces para los pilotos nacionales. Crivillé fue un paso más allá y ayer Lorenzo le igualó con la intención, el talento y la edad suficientes como para superarlo. Jorge le dio un buen mordisco a la historia a costa de otro mito, Valentino Rossi, que ni ganando la carrera pudo conseguir un poquito de atención. Era imposible porque era el día del número 99, que el próximo curso será el «1», que sirve para identificar al mejor de la Primera División de las motos. Por un momento pareció que Lorenzo iba a entrar en lucha con «Il dottore», aunque si tuvo alguna tentación, se le pasó muy pronto. El italiano se marcó una gran remontada después de su mala salida y unas vueltas iniciales titubeantes. Llegó a la altura de su máximo rival y lo adelantó y ahí se acabó la guerra. Jorge puso el piloto automático para pasear sin sobresaltos hasta la gloria.

El título con tres pruebas todavía por disputar confirma su fulgurante aparición en la élite, en la que debutó siendo el mejor «rookie» antes de insinuar en su segunda temporada lo que ha conseguido a la tercera. El jovencito descarado e insolente que no se cortaba ni en la moto ni frente a los micrófonos se ha hecho mayor. Ha reducido su agresividad ante la Prensa y en el asfalto, ya no se pasa de frenada ni a la hora de hablar ni en la pista. No ha perdido su personalidad, pero sí que la ha modelado a base de madurez. Su jefe de comunicación ya no tiene que controlar tanto sus declaraciones, porque ni las provocaciones de Rossi le sacan de su guión, ya esté con o sin el casco puesto. El niño de tres años al que su padre, Chicho, le fabricó una moto para que empezara a imaginar su sueño lo ha cumplido con sólo 23, aunque parezca que hace muchísimo tiempo que empezó a llamar la atención con sus dos mundiales de 250, aquellos que celebraba siempre con un «chupa chups» en la boca.

Su paso a MotoGP significó también la reinvención de un nuevo Lorenzo, alejado de Dani Amatriaín, su mánager de siempre, y más cercano a sus padres y a Marcos Hirsch, que primero fue sólo su preparador físico y ahora es el ideólogo del mallorquín.

Siete victorias en las primeras diez carreras del curso sirvieron para lanzarle a lo más alto, mientras llegaba la lesión de Rossi, la irregularidad de Pedrosa o la depresión de Stoner. Ninguno de los otros magníficos ha sido capaz de estar a la altura del «99», del seguidor de las doctrinas de Bruce Lee, del chico que utiliza las teorías Zen para convertir el estrés en concentración y que anima a todos a ir en busca de un sueño.

Él ya lo ha conseguido, el jefe de los espartanos (sus seguidores) es campeón del Mundo de MotoGP, además del nuevo jefe máximo de Yamaha. Comenzó como secundario de Valentino, que puso un muro en mitad del box para evitarlo. Ahora es al italiano al que le va a tocar pelear desde el rincón del aspirante, porque el presidente de «lorenzolandia» ha clavado su bandera en la cima del motociclismo, el mismo lugar en el que once años antes Crivillé dio comienzo a la historia.