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Somos feos

La Razón
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Hemos pillado al alcalde de Madrid renegando de su ciudadanía por feos, por gordos y por bajos. Sí, tenía él un montaje fotográfico que quedaba genial, pero que no era cierto. Una foto que estaría pegada en todas las vallas de la capital, recomendando votarle, con un electorado a sus espaldas de lo más altos, de lo más rubios, de lo más ojos azules –él aparecía más alto todavía que los que tenía detrás-, pero era un electorado de pega, un electorado de casting, como se dice ahora, en que todos eran sonrosados y guapísimos, pero lo malo es que no eran madrileños, eran daneses, daneses de pura cepa, pero la foto quedaba bien, muy bien, era muy electoralista pero también muy irreal, porque aquí somos mucho menos aparentes, ya digo. Y como algunos son más malos que la quina, van y le montan una foto con la cruda realidad, o sea, con un personal de un barrio modesto de la ciudad, que también votan, por supuesto, pero españolitos de corta estatura, de mucha anchura y de pelo pardo como los gatos en la noche. Así somos, y si bien hay muchos que sostienen que el mestizaje mejora la raza –y los ibéricos somos mil leches–, a la vista de lo que hay por la calle me atrevería a decir que más que otra cosa hemos degenerado o, más bien, devenido en chuchos sin pedigrí. Nadie se atrevería a decir que, sentados en una terraza de las muchas que han puesto desde la ley del tabaco, hallamos una media docena de personas, hombres y mujeres, bien parecidas. No, aunque echemos el día entero mirando esas gentes que pasan. Y es que somos feos. Bastante feos.