Conciertos
Pleno femenino en el Real
Pilar Jurado será la primera mujer que estrena una ópera en el Teatro Real, «La página en blanco», el día 11. Y además hará historia: también la protagoniza
Cuentan que el día del estreno de la «Novena Sinfonía», Beethoven, completamente sordo, se sobresaltó al comprobar que los músicos habían dejado de tocar. Pensó que algo ocurría, pero, cuando se dio la vuelta y comprobó que el teatro estaba levantándose, cayó en que la función había terminado. Wagner dirigió la «première» de «Tannhauser» con su sobrina en el papel de Elizabeth... Y así podríamos recopilar infinitas anécdotas de las puestas de largo de los grandes títulos de la música, pero pocas veces se había dado el hecho de que el compositor (mujer para más inri) asumiera además un papel protagonista. Pilar Jurado ha sido la primera en muchas cosas y lo sabe. Por eso no le impresiona tanto que, gracias a ella, a partir del 11 de febrero, se podrá decir que ya una mujer ha estrenado una ópera propia en el Real de Madrid. Asegura que ha hecho una obra de su tiempo, pero con códigos (arias, dúos, elementos narrativos) reconocibles para el espectador.
-¿Cómo se lleva eso de discutir con el director musical y de escena y con los compañeros como compositora, libretista y cantante?
-Estar en diferentes frentes te hace ser más comprensiva. Lo que para muchos compositores es defender su territorio sin dejar margen a los otros, que es lo que genera conflictos en todas las óperas nuevas, aquí no se da porque tengo mucha empatía con todas las partes. Puedo estar más o menos de acuerdo con la interpretación de un cantante, pero es la única forma que tiene de afrontar lo que uno ha escrito. Otras veces digo «no» e indico que se canten exactamente de una manera. No lo llevo como una especie de tragedia griega en la que boicotean al compositor. Reivindico sólo lo que es imprescindible.
-¿Alguna vez se ha dicho «en qué lío me he metido»?
-Cuando mis responsabilidades en esta ópera son tantas, lo que prima es el trabajo que queda por hacer. Ahora me está pasando que la gente empieza a reconocerme por la calle, lo que me parece muy gracioso. En este mundo estamos metidos en una especie de urna innecesaria. Sería genial que en un país que da tanta gente con talento se reconociese más a esa gente que a la que exhiben los medios en estos últimos años.
-¿Cómo vivió el día que le hicieron el encargo? ¿Qué pensó al darse cuenta de que su primera ópera iba a estrenarse en el Real?
-Creo que ese día no toqué el suelo. La vida me va llevando por caminos y yo asumo los retos. Soy consciente de que hay trescientas personas implicadas en esto, y por ello me siento muy responsable, pero, a la vez, me creo una niña grande que está en un mundo maravilloso.
-A la música actual se le acusa de excesiva intelectualidad, pero usted ha escogido un tema concreto con situaciones reales: un hombre atrapado por las nuevas tecnologías con una ex mujer que lo amenaza que le dejará sin obra…
-Para mí era fundamental porque me da rabia el divorcio que hay entre el público y la creación actual. Nunca ha ocurrido de una forma tan clara como desde la mitad del siglo XX hasta hoy. En los conflictos siempre hay una doble responsabilidad. Una parte corresponde al público, pero también asumo la de los autores. Ante un encargo como una ópera, que tiene un público determinado que ni siquiera es el de la creación contemporánea, había que engancharle. Si planteas una música que juega a la abstracción y un tema abstracto resulta difícil. La audiencia madrileña también tiene su idiosincrasia, por eso discuto con el director de escena cuando quiere hacer propuestas demasiado conceptuales, pues este público es poco conceptual.
-En ese eclecticismo, ¿qué influencias del pasado reconoce?
-Citas sólo existen dos: en el coro del principio hay una alusión al «Réquiem» de Mozart además de otros cuatro compases que remiten a Palestrina. Luego será fácil que la gente haga elucubraciones sobre el tema. He recurrido en momentos a claves posrománticas y en otros de tensión despliego toda la artillería contemporánea. Además hay una orquestación que tiene mucho que ver con mis obras. Lo que más me gusta es que ocurren tantas cosas y la transición de estilos es tan natural que se hace muy corta.
-¿Y no pensó en dirigir la orquesta en vez de cantar?
-Eso hubiera sido demasiada responsabilidad y resta objetividad. Entre cantar y dirigir, me hacía más ilusión lo primero, sobre todo en un momento en el que vocalmente estoy estupenda.
-¿No teme que la juzguen por un exceso de afán de protagonismo?
-No. Soy una cantante que tiene una carrera profesional demostrada. Además, no me ha importado que la parte que más se haya cortado de la partitura sea mi papel.
-Ha sido de los pocos proyectos que nació en la etapa de Moral como director del teatro y que Mortier ha hecho suyo…
-El único. Esto demuestra que no es cierto que la única razón por la que me han encargado una ópera en este teatro es porque soy mujer. Es más, he hecho lo que no ha logrado ningún hombre: ser aprobada por dos directivas. Algo tendrá el agua cuando la bendicen.
-¿Lamenta que no esté Moral al frente el día del estreno?
-Las cosas de la vida son así. Le tengo un cariño inmenso y no me olvido de que él me la encargó, pero a quien le ha tocado ver crecer la ópera ha sido a Mortier.
-¿Ha tenido la sensación de deber disculparse por ser mujer, componer, cantar y, además, ser atractiva?
-No. Soy consciente de cuál es mi evolución. No creo en las cuotas, son soluciones temporales que deben servir para impulsar la maquinaria. Lo único que determina la cualificación para mí es el talento.
-¿Va a leer las críticas?
-Claro. Me siento bien tratada por la prensa y querida dentro de mi profesión. Tampoco cuando canto un concierto pienso en que después se van a escribir las críticas.
-Puestos a elegir, ¿dónde le gustaría estrenar su segunda ópera?
-¿En el Metropolitan? Tengo sueños de lo más elevados, aunque ahora no pienso en eso.
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