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OPINIÓN: Ímpetu por Sabino Méndez
Ya de vuelta a Madrid, terminadas las vacaciones, decido salir a comer a mi restaurante favorito para tomarle el pulso a la ciudad. El lugar es un salón de color blanco impoluto, grandes vidrieras y perspectivas visuales abiertas. Siempre habrá quién hable de crisis, pero en el restaurante cuesta encontrar una mesa libre. Las ropas son brillantes y recién adquiridas. Los coches oficiales entran y salen con gran actividad por la rampa del párking contiguo. Es indudable que los malintencionados retratos sobre la burguesía de esta ciudad, como una especie parasitaria e inmovilista, son falsos: aquí no para nadie quieto. Cuando me acerqué al mismo lugar la primera semana de agosto, un abatimiento letárgico se extendía entonces por el local vacío y la dirección había hecho recortes entre el personal. Me temí lo peor. Nada permitía preveer esta actividad desbocada que ahora me ha sorprendido. En la mesa de al lado, un estudio de arquitectura está intentando cerrar una alianza con arquitectos brasileños para abrir mercados y capear la crisis.
En la mesa de más allá, un grupo de viejas amigas «treintañonas» comenta que no piensan renunciar a su comida quincenal de fraternidad aunque sea más económica. Todo habla a las claras de que la crisis, indudablemente, va a ser vencida. El problema es saber cuándo va a darse esa victoria. Mientras tanto, los empresarios que se lancen a nuevas aventuras serán, en este contexto, muy apreciados como candidatos al suicidio.
Y, para eso, ya tenemos a los exaltados que se autoinmolan en Oriente Medio con una mochila bomba suprimiendo, de paso, a unos cuantos honrados contribuyentes. Una burguesía como ésta, que encarna la quintaesencia del optimismo viril y del impulso vital, yo creo que se merece algo mejor.
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