Historia

Hollywood

Joyas y fresas

La Razón
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Dicen los obituarios que con la muerte de Sidney Lumet desaparece uno de los últimos directores legendarios de Hollywood. Es algo que se dirá cuando mueran otros, porque el paso del tiempo convierte a veces en leyendas a personas a las que en vida ya casi nadie recordaba. Seguro que con la muerte de Lumet hay quien acaba de enterarse de su existencia y otros que ni siquiera sabían que siguiese vivo alguien que firmó unas cuantas películas de valor casi incuestionable.

Tiene que ser terrible que de la noticia de que alguien estaba vivo se entere uno irónicamente con motivo de su muerte. Kirk Douglas sigue con vida y es sin ninguna duda uno de los actores más grandes de la historia del cine y figura legendaria como pocas. En realidad es lo que en las revistas ilustradas de antes se denominaba «un astro de la pantalla», que no constituía una medida del talento, sino un sinónimo del glamour, un concepto que ha ido desapareciendo confundido a menudo con el simple espectáculo, socavado por la mortal voracidad de un ímpetu publicitario que convierte el arte cinematográfico en simple comida.

Dentro de algunos años será legendario George Clooney, tal vez uno de los pocos actores contemporáneos merecedores de que se les reconozca cierto «glamour», ese puntito de distante carnalidad de alta costura, siempre a medio camino entre la delicada sugerencia erótica y esa ecléctica sastrería londinense con la que se vistieron los grandes del cine en un momento en el que los mejores repartos de Hollywood cenaban en Rodeo Drive, se acostaban en Londres, despertaban en París a tiempo para rejuvenecer en el aperitivo del almuerzo en «Chez Maxime» se paseaban al atardecer por aquellos arenales foscos de la Riviera francesa, playas molidas, casi sémola, en las que las únicas manchas visibles eran las sombras como obleas de las pamelas de Givenchy y los dálmatas eunucos y vegetarianos de las emperatrices destronadas. Sidney Lumet hizo un cine diverso en el que hay un poco de todo, desde películas de diálogos casi sin gesto, hasta cine de acción con pretensiones políticas.

A mí su obra me produce sensaciones encontradas, con momentos de sublime disertación moral y otros en los que el efectismo prima sobre el pensamiento. Nadie duda de que sea ya un director legendario no sólo porque filmó películas memorables, sino porque tiene la fama sólida y bien asentada de alguien que llevase en ese negocio mucho más tiempo del que estuvo. Es obvio que a efectos de glamour el cine ya no es lo que era. Todavía se producen acontecimientos mundanos alumbrados por las luces cosmopolitas de los fotógrafos, pero ya sólo son una leyenda aquellas veladas estivales en la Riviera, cuando a la hora de la merienda en la canastilla de mimbre del servicial séquito de las estrellas eran perlas y esmeraldas la mitad de las fresas.