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Las inversiones de las monarquías europeas
En estos días en que nos afanamos por comparar cuál de las monarquías europeas es más barata, constatando que la española está claramente por debajo de la media, llama la atención que sólo una dinastía no le cuesta un euro a su país. Precisamente es la única que le da su propio nombre: Liechtenstein. Quizá por ello nadie se escandalice al comprobar que los miembros de la familia que rige el Principado tengan públicamente negocios y participaciones en multinacionales. Lo llamativo es que también los tienen monarcas y príncipes como los belgas, luxemburgueses y, por supuesto, los de Países Bajos, de los que es conocida incluso su preferencia por inversiones en minería o electricidad. Ciertamente, el caso más paradigmático es Reino Unido, en el que el heredero del trono, el Príncipe de Gales, dispone por ley de numerosas rentas, entre ellas las procedentes del hoy celebérrimo ducado de Cornualles.
Estas aventuras empresariales han sido llevadas a cabo con discreción o publicidad, pero, en general, los monarcas europeos han mantenido separado el papel de sus asesores empresariales y privados del de quien trabaja en los organismos que les apoyaban en el ejercicio de sus altas funciones de representación.
Hasta que hace unos días la Casa de S.M. el Rey reconocía que su labor no había sido excesivamente afortunada, provocando un debate sobre el alcance del concepto de Familia Real, la noción no había suscitado excesiva controversia en nuestro país. La conclusión es clara: el problema es haber abordado el término como un concepto discutido y discutible.
Una cosa es la Familia Real y los derechos sucesorios, a los que se puede renunciar. En España, a la Familia Real se pertenece desde el nacimiento hasta el óbito. Y también en España, como en Europa, se puede, perfectamente, renunciar a derechos de sucesión al trono.
Se puede dejar la familia
Incluso hemos asistido a casos relativamente recientes de dos príncipes, uno holandés y otro luxemburgués, que han desistido de esos derechos por motivos bien distintos y no muy comprensibles. El primero de ellos, en octubre de 2003. Nos referimos a Johan Friso, el segundo de los hijos de Beatriz de los Países Bajos, que lo hizo al contraer matrimonio con la joven Mabel Wisse, por la anterior vinculación de su prometida con un narcotraficante. Y justo tres años más tarde, Luis de Luxemburgo renunciaba a sus derechos dinásticos al casarse con la madre de su hijo, la soldado Tessy Antony. En estos tiempos de zozobra para tantas instituciones y tradiciones, todo es posible.
Del rosa al salmón
En la segunda Legislatura de Aznar, alguien dio orden en RTVE de no recoger, en los programas de corazón, ninguna de las actividades de la Familia Real. Los espectadores asistieron a divertidos malabarismos verbales y visuales.
Naturalmente, las televisiones comerciales aprovecharon el nicho de mercado y dieron rienda suelta no sólo a cubrir informativamente actividades, sino la entonces rabiosa actualidad sobre el fin del último noviazgo del heredero de la Corona y, a partir de 2003, su relación con Letizia Ortiz y su boda . Hoy, puede hablarse con propiedad de una auténtica confusión entre la información en páginas rosa y salmón sobre la Corona.
Andrés Merino Thomas
Historiador y Periodista
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