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La Razón
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Una encuesta no es el resultado de unas elecciones. Algo apuntan, porque la ciencia encuestadora ha avanzado una barbaridad y no se dejan espacios sociales sin cuestionar. La encuesta más cutre fue aquella, doméstica, que realizó el conde de Romanones, don Álvaro Figueroa, entre los académicos de la Española. Deseaba Romanones ingresar en la Real Academia Española y encuestó, visitándolos uno por uno, a sus miembros. Satisfecho con el resultado de su encuesta, consiguió que tres de ellos presentaran su candidatura y esperó. Se reunían los académicos aquella tarde y don Álvaro mandó a su secretario que se personara en la casona de la calle de Felipe IV para conocer el resultado de la votación. Aguardaba nervioso en su despacho, leyendo papeles que no leía y ordenando libros que no ordenaba. Al fin, el secretario llegó. –¿Qué?–, preguntó Romanones. –Ni un voto, señor conde–; informó compungido el secretario. Y el aspirante sin votos exclamó su conocido lamento: –¡Vaya tropa!–.
El caso de Mariano Rajoy no es el de Romanones, pero haría bien en no confiarse demasiado. Es muy complicado darle la vuelta a la situación que las encuestas señalan, pero también lo era en 2004 y en Madrid explosionó el terror y se produjo un golpe de Estado radiofónico. El miedo se extendió y ganó el PSOE, gracias a sus votos y los que se sumaron provenientes de los atemorizados por Al Qaeda. La diferencia en la intención de voto que hoy se maneja entre los expertos es abrumadora y coinciden en los números casi todos los medios. El Partido Popular de Mariano Rajoy supera con creces los 190 diputados y el PSOE de Pérez Rubalcaba no alcanza la cifra de 120, que es un resultado pésimo. De ahí su prisa –con minúscula–, por conseguir el papelito de la ETA, que puede volverse en su contra, y mucho lo merecería.
El español quiere trabajo. Puestos de trabajo y final de la angustia. Los «populares» tienen una asignatura pendiente de aprobar. Su incapacidad de parecer más simpáticos durante la emisión de sus mensajes y sus promesas. Y tienen otra asignatura aprobada con sobresaliente. Su demostrada eficacia en la administración del dinero público. Lo contrario que los socialistas. Son simpáticos en sus mentiras electorales, maestros en la faramalla dialéctica y desastrosos administradores del dinero de los españoles. Cambiar la intención de voto de más de tres millones de ciudadanos es empresa que no está a merced de la mentira o la demagogia. Pero aun así, el Partido Popular no debe dormirse en los laureles, los cantos de sirena y los masajes acariciadores de las encuestas. Tiene que trabajar para abrir aún más la brecha, ya barranco –de nuevo con minúscula–, que le separa del PSOE. Trabajar sin ocuparse de los adversarios, y hacerlo con vocación positiva. Si Rubalcaba dice tal, no responderlo con cual, porque se trataría de una pérdida de tiempo y de seriedad ante la sociedad. Javier Arenas ha dado en el clavo. «El PSOE, cinco millones de parados. El PP cinco millones de puestos de trabajo». Por ahí bien. El resto de los problemas que el nuevo Gobierno tendrá que solucionar, pasan a segundo plano. Recuperación y puestos de trabajo. Único mensaje. El resto, vendrá por sí solo. Y las encuestas, con pinzas y sin confianzas. Recuerden a Romanones.